Mujeres invisibles
Los hombres son siempre más afectuosos en sus invitaciones que las mujeres, algo que podría tener dos explicaciones. Ellas son las que tienen que encargarse de atender a los viajeros recién llegados y debido, creo yo, a la falta de educación por parte de las mujeres, no aprecian las ventajas de poder conversar con personas de otros países y sólo piensan en los problemas. Los hombres, por otra parte, están tan acostumbrados a que se les sirva que la molestia extra que supone para las mujeres el tener que atender y dar de comer a los viajeros es algo que ni siquiera les pasa por la mente. Un caballero español es el caballero más perfecto del mundo civilizado, sólo igualado por esa rara avis que es una dama española culta.
Es un hecho curioso y digno de destacar que no hay nada en el lenguaje que se corresponda con el término caballero, se utiliza mujer para todas las clases. Mientras una muchacha sea soltera es alguien, pero una vez que se casa, se reduce a ser una mujer, y como tal debe permanecer en casa y atender a la familia. Aunque nos quedamos en muchas casas de todas las clases sociales, nunca, salvo en dos o tres ocasiones dignas de mención, sostuvimos una conversación con las mujeres. Nos sirvieron, nos hicieron sentir cómodos y bienvenidos pero, excepto en las casas de sangre noble, nunca se sentaron a la mesa con nosotros. Esto me parecía aún más increíble ya que, al ser yo una mujer, no suponía que evitarían mi compañía, pero siempre les dejaban toda la conversación a los hombres. Con frecuencia intentaba yo que hablasen, pero sólo pude lograrlo si les contaba detalles personales. Era fácilmente disculpable que fueran tan curiosas y estuviesen tan interesadas en detalles de carácter privado. Frecuentemente se formaba una tertulia, pero sólo asistían los hombres. ¡Supongo que deben haberme considerado como algo a medias entre hombre y mujer!
Es tan poco frecuente que sus mujeres viajen o monten a caballo, que lean y hablen con los hombres y, sobre todo, que escriban, que llegué a sentir que mi comportamiento debía ser muy poco femenino. Una o dos veces ni siquiera llegamos a ver a las mujeres hasta que nos retirábamos por la noche. Manos mágicas preparaban nuestras habitaciones y nuestra mesa se ponía por arte de magia, sin llegar a ver quién lo hacía; eran tan invisibles que ni siquiera oíamos sus voces.
Olivia Stone, Tenerife y sus seis satélites (1887)
Traducción de Juan Amador Bedford