Las señoras canarias
Modos de cortesía
Tal era la sala donde había entrado después de tantos trabajos, tantas dudas y temores, y en la que apareció al fin la señora que deseaba ver. Se mostró excesivamente atenta, muy diligente en sus maneras, contentísima de verme y muy honrada con mi visita. En una palabra, la excesiva cortesía con que me recibió rayaba en lo ridículo. Si la miramos bajo el punto de vista de una actriz, puede decirse que había sobrepasado la natural modestia y su misma expresión indicaba, tan claramente como lo hacen las palabras, que su sentimiento era la satisfacción de haber representado bien su papel, pues debe recordarse que la etiqueta de una visita está tan estrictamente regulada en este país, que casi ha llegado a ser un pasatiempo dramático más que una manifestación de sentimientos de amistad.
[…] La señora de las Canarias procede, en primer lugar, a informarle del número de sus hijos, de quienes asegura que están todos a disposición de la visitante, explayándose a continuación en el elogio de sus habilidades y de lo sobresaliente de su natural aptitud. Este es un tema sobre el cual muchas, si no todas, se extienden causando no poco fastidio al oyente, a quienes las normas de una rigurosa etiqueta obligan a sufrir tamaño castigo. Pasa luego a demostrar del modo más expresivo su adhesión y respeto, asegurando que no considera sacrificio alguno el servirla, ofreciéndose ella misma como su más segura servidora. Si usted corresponde con algún cumplido, entonces le asegurará que todo cuanto posee, su casa, sus niños, sus muebles y sus pollos están a su disposición. En una palabra, no hay límite, sino en la sinceridad, al menos, en la manifestación de sus sentimientos.
Elizabeth Murray, Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife (1859)
Traducción de José Luis García Pérez