Muchachas en Santa Cruz
Bajé a tierra y traté de adentrarme de incógnito en la ciudad, donde la entrada todavía nos estaba prohibida. Allí, entre el mar y la ancha base de un cráter extinto encontré, esperándome con impaciencia, a unas 30 muchachas protegidas por sus ancianas madres, que me pedían con insistencia que les concediera el favor de una conversación íntima. “No viven lejos, me van a recibir con la más generosa de las hospitalidades, comeré naranjas dulces y deliciosas plátanos, descansaré de mis fatigas”. Y me cogían con familiaridad del brazo, me tiraban del traje y no querían dejarme volver a bordo sin que hubiera accedido a sus deseos.
Me hacían esos curiosos ruegos con gritos, súplicas, amenazas y casi con lágrimas, y habría sido poco cortés no responder con algunas atenciones. Si hubiera querido esas muchachas se habrían peleado por mí y les ruego que crean que no hago gala de vanidad alguna, ya que cualquier otro habría sido acosado con el mismo ardor. Aquí ignoran el significado de las palabras pudor y modestia. Desgraciadamente, la mayor de ellas no llegaba a los 15 años. Es la miseria, y no el libertinaje, la necesidad y no la codicia, tal vez es, también, el efecto de un sol abrasador que cae casi a plomo.
Jacques Arago, Souvenirs d’un aveugle, voyage autour du monde (1839)