El Liceo de La Orotava
El abandono en que se encontraba la educación de la juventud en 1824 hizo pensar en el establecimiento de un liceo, de una institución que pudiera servir de escalón, dentro de la instrucción pública, entre la enseñanza elemental y los cursos científicos de la Universidad. […] En fin, gracias a la protección de las autoridades municipales y a los principales terratenientes de La Villa, el director del Liceo de La Orotava obtuvo una licencia provisional. En unos pocos meses el prestigio del establecimiento confiado a sus cuidados era tal, que atrajo alumnos de todos los pueblos del archipiélago. La aplicación de los estudiantes iba pareja al celo de los profesores. Todo auguraba los más felices resultados. Pero la envidia, las intrigas, la maledicencia acabaron por minar los cimientos de un edificio apenas levantado.
El obispo Linares, desgraciadamente bien conocido por su intolerancia, estaba entonces residiendo en Tenerife. Estimó que el Liceo de La Orotava era una escuela peligrosa… ¡El director era francés! Y ese fue el fin de la institución. Al partir para España, en el momento de embarcar, el obispo reprochó al Capitán General haber autorizado una institución impía. El reproche fue seguido de la amenaza de hacer llegar un informe a la Corte. El viejo brigadier Uriarde, temeroso de la influencia del prelado, en un momento en el que el partido apostólico era todopoderoso, patentizó su debilidad firmando el informe que de él se exigió. Tres meses después un escribano real hizo cerrar las puertas del Liceo. Los jóvenes alumnos se retiraron llorando y no se separaron de su director sino después de haberle dado pruebas del más profundo afecto. Fui testigo de esta escena. Y a partir de ese día perdí toda esperanza respecto al progreso del país.
Sabin Berthelot, Primera estancia en Tenerife (1836)
Traducción de Luis Diego Cuscoy