Viajeros del siglo XIX en Canarias

Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia

Panorama de La Palma

Cuando se recorre La Palma, lo que más sorprende es su extraordinaria altura en relación con la poca extensión de su superficie, pues, en todos sus contornos, las costas no abarcan sino una circunferencia de veintiocho leguas; sin embargo, el punto culminante de la isla tiene una altitud de 7.234 pies sobre el nivel del mar.

Santa Cruz de La Palma, Coquet, 1884 Santa Cruz de La Palma, Coquet, 1884 […] En efecto, aún hoy en día, La Palma se presenta al geólogo tal como era en su origen, es decir, hundida hasta su base por uno de los mayores cráteres conocidos. El fondo de este abismo está a 2.257 pies sobre el nivel del mar, su diámetro es de unas dos leguas y el círculo de montañas que lo rodea constituye un macizo poderoso que una erupción submarina de primer orden hizo surgir del fondo del mar. Esta masa, al hundirse por el centro, dio nacimiento a La Caldera. Probablemente, fue en la época de esa erupción, y en el momento que surgió en la superficie del mar esa impresionante formación, cuando fuerzas volcánicas, reaccionando alrededor de La Caldera, brotaron por una de las faldas de la montaña y formaron el barranco de las Angustias, desfiladero profundo que desemboca en la costa suroeste y que corta de esta forma el gran macizo de la isla en dos partes, desde el centro hasta la orilla.

La enorme masa que se levantó y que rodeó La Caldera, se quebró por todos sitios y grandes grietas vinieron a accidentar las pendientes de las montañas, formando hendiduras desde el perímetro exterior de la cavidad central hasta el litoral. Sin duda, éste fue el origen de esos barrancos tan próximos y cuya profundidad es asombrosa en sus vertientes más escarpadas, pero que terminan por desaparecer en la parte de la isla cuya altura ya no ofrece nada notable.

La acción volcánica que ha manifestado todo su poderío en La Caldera y sus alrededores, debió debilitarse al alejarse de este centro. El hundimiento progresivo de las montañas a medida que se prolongan hacia el sur, y que termina en la punta de Fuencaliente, hay que atribuirlo a este motivo. Entonces forman una pequeña cadena que se une a las grandes masas que flanquean La Caldera y dividen la parte de la isla que recorren en dos regiones distintas, la del sureste y la del suroeste. Sin embargo, esas montañas secundarias no han estado exentas de sacudidas. Un poco más abajo de su punto de partida, las crestas ya no tienen sino una altura de 4.255 pies; más abajo, hacia el sur, se allanan en forma de pasos y su altitud apenas alcanza los 2.800 pies, pero muy pronto vuelven a elevarse en dos cimas separadas, el pico de Bergoyo o de Tihuya y el cono sulfuroso que domina Fuencaliente. A lo largo de esta línea es por donde se han abierto paso los fuegos subterráneos en los tiempos modernos, devastando la comarca vecina.

Sabin Berthelot, Historia natural de las Islas Canarias, Geografía descriptiva (1839)

Traducción de José Antonio Delgado Luis