Arado y trillo
Los agricultores son los seres más rutinarios que se pueda encontrar. El único trabajo en el que sobresalen es en la construcción de muros de piedra seca, que deben sujetar la tierra de las laderas de las montañas escarpadas. En los terrenos que se riegan se mete estiércol y se ara con algún cuidado, para obtener 3 o 4 cosechas por año. Pero en todas partes se contentan con echar las semillas en la superficie del terreno, sin preparación previa alguna. Con la ayuda de un arado primitivo, con un solo brazo, armado en su extremo con una reja de hierro muy pequeña, se cubre enseguida, más mal que bien, el grano. Este arado, el único empleado en todo el archipiélago, no penetra en la tierra más de 20 centímetros, que realmente tiene que ser de una gran fertilidad para producir así las cosechas de las que he hablado. No intente decirle a un agricultor que quite las piedras esparcidas por sus campos. Le responderán que conservan la humedad. Es imposible hacerles comprender que lo que conservan son los granos que tienen debajo, a los que no dejan crecer.
[…] Para trillar el grano utilizan todavía el trillo, el antiguo “tribulum”, compuesto de una gruesa y larga tabla en la que se han encajado fragmentos de piedra dura. Las vacas tiran de la herramienta, sobre el que se sube un hombre o sus hijos, y la operación no termina hasta que la paja está literalmente cortada. Si hace falta tiempo para trillar el grano, todavía hace falta más tiempo para ahecharlo. Para ello se lanza al aire, con la ayuda de una horquilla de madera, el grano y la paja. El viento se lleva la paja y el grano cae en el mismo sitio. Si la brisa se obstina en no soplar hay que esperar.
René Verneau, Cinco años de estancia en las Islas Canarias (1891)
Traducción de José Antonio Delgado Luis