Las cuevas de Artenara
Estamos en Artenara, pero no se ven las viviendas de la población por ninguna parte. Oímos un murmullo de voces, fuerte y confuso, que procede de una cueva a nuestra derecha por lo que, tras desmontar, nos acercamos a ella, y al mirar dentro, descubrimos que nos hallábamos en la escuela del pueblo. Las paredes tienen unos cinco o seis pies de grosor y dentro hay un cuarto bastante grande. Resulta muy raro ver a niños sentados en pupitres dentro de una cueva. Se tiene la sensación de que están jugando a las escuelas pero, a diferencia de nosotros, parecen muy serios. Junto a la escuela hay una cueva que ocupa el cura y otra que es una venta. Torciendo a un lado, valle abajo, descubrimos que la parte inferior del risco está totalmente, horadada por cuevas. En algunos lugares están dispuestas uniformemente, formando hileras, pero lo normal es que estén excavadas sin ningún orden.
Los habitantes de las cuevas se alegraron al vernos y nos invitaron a entrar a ver sus casas. Tomamos algunas fotografías de las fachadas. Cuevas de todas clases, tamaños y formas abundan por doquier; solamente se dejado el espacio justo entre ellas para que las paredes sean lo suficientemente gruesas y los techos seguros. De una cueva sale una cabra, y en otra, encontramos una vaca. Casi todas las cuevas-vivienda tienen algún tipo de puerta, con la roca recortada alrededor para que encaje. Sin embargo, si las entradas son demasiado anchas las rellenan con piedras hasta que logran la medida necesaria, una costumbre, como ya he mencionado, que también practican en las montañas del Atlas. La roca en la que están excavadas estas cuevas es toba volcánica blanda de color amarillo-castaño, como el terreno circundante. Por encima, por debajo y en derredor, pequeños senderos y escalones conducen a las distintas cuevas. Algunas cuevas se encuentran encima de otras y algunas tienen muros bajos de piedra construidos delante de ellas. […] Nos dicen que las cuevas están siempre secas y que son frescas en verano y cálidas en invierno. Sin duda los guanches, o más bien los antiguos canarios para ser correctos, habitaban en viviendas idénticas. Preferían vivir en cuevas y, por regla general, solamente los más pobres eran los que vivían en casas hechas de piedras y barro.
Olivia Stone, Tenerife y sus seis satélites (1887)
Traducción de Juan Amador Bedford