Una venta en El Tanque
Alejándonos y dejando detrás de nosotros el mar y la costa penetramos por un sendero entre campos amurallados y llegamos a El Tanque, a 1850 pies sobre el nivel del mar, a las cuatro de la tarde. Como este era el único lugar donde nuestros hombres podían conseguir alimentos nos paramos y comimos algo. Huevos duros y a veces sardinas, vino y queso siempre, muy rara vez leche, carne nunca, en su lugar pescado y frutos secos, forman la lista de comida que se puede obtener en una venta. Una venta es una tienda pequeña donde se puede comprar alimento y bebida, tanto para los hombres como para las bestias, y comerla en el mismo establecimiento, pero que no ofrece alojamiento para la noche. Suele tener un mostrador o bar colocado atravesando una habitación muy pequeña y baja; colgando del techo y por todas partes, hay racimos de plátanos, uvas y pescado salado, pimientos secos y tomates. Al fondo, amontonados de cualquier manera, sin orden ni concierto, hay botellas de vino, quesos, hierbas secas y otros comestibles varios.
Todo está completamente lleno de moscas. De hecho, es lo que más llama la atención al entrar. Olvidé mencionar el pan. Lo fabrican con trigo y, generalmente, es de color oscuro ya que se utiliza el grano casi completo, por lo que resulta muy nutritivo, renovando las fuerzas y satisfaciendo el apetito como no lo logra el pan blanco de harina refinada. Casi siempre tiene buen sabor, dulce y sabroso, de modo que se puede comer sin añadirle mantequilla, y con miel está absolutamente delicioso. Se vende en panecillos del tamaño de dos naranjas, pero la corteza no es tan dura como la de los panecillos franceses. El recuerdo más vívido que tengo de esta venta es el de una gatita que dividía su atención entre las moscas, que casi la volvían loca con tanta diversión que le proporcionaban, y la comida que yo intentaba introducirme en la boca sin moscas.
Olivia Stone, Tenerife y sus seis satélites (1887)
Traducción de Juan Amador Bedford