Viajeros del siglo XIX en Canarias

Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia

El poder judicial

Por otra parte, los propios isleños tienen en España fama de ser muy aficionados a los litigios y es verdad que en todas las clases sociales los hay en abundancia, sobre todo entre la nobleza, por causa de la sucesión en los mayorazgos y por la propiedad.

[…] Muy frecuentes son también los pleitos entre parientes consanguíneos que no resultan ya de la rudeza de las costumbres de las clases más altas sino del hecho frecuente de que un hermano lleve a otro a los tribunales, o incluso un hijo a su padre, para litigar a lo mejor por un mísero trozo de tierra.

Como la instrucción y el fallo del proceso penal exigen los mayores cuidados, actividad y rapidez, una persona humanitaria no puede menos que lamentar la lentitud y la apatía con la que se procede al respecto en las Islas. Rara vez se da el caso de que una causa penal haya avanzado tanto en dos años que se pueda ejecutar la sentencia contra el delincuente. Durante seis, ocho y a menudo todavía más años, se consumen estos desgraciados en las cárceles, antes de sufrir la pena de muerte, ser enviados a galeras o serles permitido regresar al seno de sus familias. Entretanto, o bien se sustrae a la merecida pena el delincuente mediante la fuga, ya sobornando a sus funcionarios de prisiones, ya por prevaricación del juez, o bien va muriendo lentamente por las condiciones y la mala comida de la prisión.

[…] Si los jueces y abogados muestran una negligencia y una apatía tan grandes en el seguimiento de las causas penales, estas se llegan a hacer en verdad totalmente insoportables en los casos en que son pobres o desgraciados los que exigen justicia, ya que aquí falta el impulso del dinero, que todo lo mueve, y los procesos se eternizan sin que se dicte sentencia.

[…] En suma, el estado de la administración de justicia en las Islas es verdaderamente lamentable, a causa de la desidia, arbitrariedad y venalidad de los jueces y la insaciable codicia de los abogados, y todo ello a pesar de que existen leyes realmente buenas, orientadas a la represión de unos males que tan negativa influencia ejercen sobre la sociedad.

Francis Coleman Mac-Gregor, Las Islas Canarias  (1831)

Traducción de José Juan Batista