Viajeros del siglo XIX en Canarias

Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia

Los entierros

Entierro en Icod, 1839 Entierro en Icod, 1839 Los entierros de la gente acaudalada se celebran acompañados de algunas ceremonias. 24 horas después de la muerte de una persona, en el cuarto más solemne de la casa mortuoria y encima de una mesa rodeada de cirios encendidos, se coloca el ataúd abierto con el cadáver, el cual a veces está vestido con el hábito de una orden eclesiástica. La familia del difunto, el alcalde del lugar, parientes y amigos, están todos presentes y se mantienen de pie en derredor cerca de la pared. Si hay un convento en el lugar se presenta también la congregación clerical “in corpore”. A continuación una campanilla anuncia que se aproxima el clero secular con su séquito de sacristanes y muchachos del coro. Después de haberse chillado, más que cantado, algunas estrofas en latín, se traslada el cadáver, seguido de todo el cortejo fúnebre, bien a la iglesia parroquial, bien a la capilla de un convento. Por el camino se hacen varias paradas y se entona, en cada una de ellas, un canto fúnebre. Los parientes del difunto determinan de antemano el número de estos descansos y pagan por cada uno de ellos.

[…] Entre los habitantes de El Hierro existe la antigua costumbre de hacer acompañar sus cadáveres de plañideras a sueldo, a quienes se paga de acuerdo al grado de vehemencia de sus lamentaciones, como es tradicional aún entre los árabes y los negros de la costa del Congo. Es cierto que los canarios no manifiestan en absoluto amor por sus difuntos, pero menos molestias se toman todavía en los entierros de la gente de las clases inferiores, cuyos cadáveres se llevan al trote al camposanto, para que quienes los cargan puedan volver más rápidamente a su trabajo. En Gran Canaria, incluso a veces los cadáveres de los pobres son más arrastrado que llevados hasta la tumba por dos mozos cargadores, estando sus cuerpos apenas cubiertos con los harapos imprescindibles y atados a una barra larga por la cabeza y los pies, de manera que el tronco va colgando hasta casi tocar el suelo. En las aldeas hay un único ataúd, y sin tapa, en el cual es difunto se lleva a la iglesia, amortajado y con la cara descubierta.

Francis Coleman Mac-Gregor, Las Islas Canarias,  (1831)

Traducción de José Juan Batista