La vegetación de Tenerife
Al bajar desde los nuevos cráteres hacia Icod, recorremos durante un buen trecho una región bastante salvaje, más rara que interesante. ¡Adiós a las hermosas dunas llenas de colorido, con sus bosques de pinos! Ahora estamos en la zona de las nubes, en el bosque. Primero, un bosque sólo de árboles, sin vegetación de superficie, espléndido y tropical, espeso y profundo donde se vuelve a percibir una naturaleza generosa bajo una arena estéril. Claros y, más allá, bosques inextricables: una nueva impresión.
Más abajo, hasta el suelo está húmedo. Aparece entonces una vegetación desbordante de musgos y helechos, alfombras de florecillas, arbustos y grandes árboles majestuosos. Continuamente nos vemos obligados a bajar la cabeza y apartar las ramas. El cielo está casi oculto por la vegetación. Late una vida de una intensidad inaudita, como en el bosque tupido y florido de los cuentos de hadas. Caminamos durante largo rato y abandonamos el bosque con pesar. Empiezan los cultivos, unos campos rodeados de muros de piedra, los rebaños de cabras y los campesinos. La bajada es pesada pero rápida y llegamos a Icod por un camino muy malo. A partir de aquí, aunque con fuertes pendientes, la carretera es buena y permite regresar en coche a La Orotava. De nuevo, ¡qué paisaje tan admirable! La montaña llega hasta el mar y la carretera serpentea a media altura cruzando unos barrancos profundos con grandes rodeos. Es una región aún poco cultivada, ya que es consecuencia de las antiguas coladas de lava de la erupción de 1798. Pero el marco es espléndido y variado: inmensos eucaliptos olorosos, con los troncos enrollados, tamariscos, palmeras gigantescas de tronco esculpido y rematadas por un plumero de hojas afiladas. Más allá, se ven unas rocas fantásticas y, un poco más lejos, unas vistas al mar azul intenso: olas furiosas contra las rocas y un mar que forma gorgueras de espuma deslumbrante sobre los escollos sumergidos.
La carretera serpentea en todas las direcciones como si quisiera cambias continuamente la panorámica. Cuando los barrancos están secos parecen chimeneas, torrentes de roca. En cuanto cae una gota de agua una vegetación desenfrenada nos invade.
Pronto llegamos a la Rambla de Castro, el más conocido de estos barrancos y uno de los más profundos. Nunca le falta agua y la vegetación es espléndida. Forma un corredor entre murallas tapizadas de helechos y musgos, con hilillos de agua límpida, terrazas y bancales que se suceden y pequeños puentes rústicos para cruzar. Es un desfiladero en el edén.
Junto a troncos atravesados, pululan flores, mariposas e insectos entre el balbuceo de las cascadas. Más abajo, destacan los cultivos de plataneras. La luz es exquisita y suave, tamizada, entre el ardiente sol y el océano que retumba con violencia a nuestros pies.
Otra vez hemos de separarnos de este espectáculo inolvidable. Ahora la naturaleza se muestra más risueña que nunca. Nos acercamos al rico Valle de la Orotava. Ahí encontramos un árbol que es un auténtico ramo de rosas al haberse dejado invadir por un rosal y, al lado, en una pared, deslumbrantes matas de geranios.
¿Cómo concluir? En ningún otro lugar como en Tenerife hemos experimentado tantas sensaciones excepcionales y variadas ante una naturaleza estéril y fecunda a la vez, desconcertante, fuera de lo normal, brusca, “nunca vista”. Volveremos.
Impresiones y observaciones de un viaje a Tenerife, 2003, traducido por Clara Curell, Cristina G. De Uriarte y Maryse Privat. p. 126, La végétation de l'Île, Impressions et observations dans un voyage à Ténérife, Jean Mascart, París, 1910.
Preguntas
- Durante el recorrido de Mascart hasta Icod, ¿podrías describir y nombrar qué conjuntos de vegetación se va encontrando?
- Describe La Rambla de Castro. ¿Sabes a qué municipio pertenece?
- ¿Qué conclusión hace Mascart sobre la vegetación de Tenerife?