El carnaval
Carnaval y Cuaresma
El carnaval, esa pervivencia de las saturnales de los antiguos, es también aquí una época de libertad desenfrenada. Parece como si una especie de vértigo se adueñara de todas las cabezas. Los comercios cierran; el artesano y el asalariado olvidan el trabajo del que depende su diario sustento. El domingo antes de Navidad, por la noche, se encuentran las calles repletas de abigarrados grupos de máscaras que derramándose en todas direcciones ejecutan, cantando a voz en cuello, bailes canarios al son de la música de las guitarras y al compás de panderos y castañuelas. Este desfile de máscaras dura hasta medianoche y en medio del alegre ambiente que siempre reina son raras las disputas y las peleas.
[…] Pero nada se compara con el desenfreno de los tres últimos días del carnaval. Los jóvenes, a pie y a caballo, recorren en tropel las calles y empolvan a los que encuentran a su paso con polvos de tocador o incluso con añil, sin consideraciones de ningún tipo a la clase social o a la edad. Cuando se pasa bajo la ventana de muchachas jóvenes ya están ellas dispuestas para envolver a sus conocidos en una nube de polvo procedente de sus borlas y para rociarlos con agua de colonia.
[…] Cuando empieza la Cuaresma se acaban los bailes; sin embargo, suele celebrarse todavía uno postrero que se llama la piñata. Recibe este nombre a causa de una olla que, repleta de toda clase de golosinas, queda suspendida en medio de la sala a unos 5 o 6 pies del suelo. Todas las muchachas jóvenes, con los ojos vendados y armadas de un palo, son llevadas por turno hasta esa olla y después de un par de intentos de cada una de ellas por golpearla con el palo vuelven a su sitio anterior. La que consigue hacer añicos la olla es nombrada reina del baile en medio de gritos de júbilo.
Francis Coleman Mac-Gregor, Las Islas Canarias (1831)
Traducción de José Juan Batista