Los aborígenes canarios
Carácter de los aborígenes canarios
Mi impresión predominante fue de asombro ante la grandeza moral mostrada por los canarios frente a sus enemigos, los españoles, teniendo en cuenta su pobreza material que mueve a auténtica compasión al compararla con cualquier otra cultura. Al contemplar esta nos encontramos en plena Edad de Piedra.
[…] La ingenuidad y la hospitalidad son virtudes características de los habitantes de las islas pequeñas, incluso de los más primitivos, porque la estricta limitación de espacio les impone, de forma imperiosa, la moderación y el respeto al prójimo. Pero el pueblo canario se distingue entre todos los demás pueblos isleños primitivos por su firme lealtad, por su perseverancia en la palabra dada, que lo hizo prácticamente incapaz de pagar traición con traición ni engaño con engaño, ofreciéndose a los españoles como fácil víctima; estos no se consideraron obligados a ser leales con aquellos paganos que, aunque no habían sido bautizados, sabían que el mantenimiento de la palabra dada era un acto de fe y de honor.
[…] Un rasgo que pone de manifiesto la pureza de costumbres del pueblo de Tenerife era el respeto hacia la mujer. Ofenderla era algo inaudito. Allí las vírgenes de los cenobios, como las vestales de Roma, guardaban los objetos sagrados. Estas cualidades demuestran que lo mejor del ser humano, la nobleza de espíritu y la fortaleza de carácter, son mucho más independientes de la civilización de lo que hoy en día se cree.
[…] Humboldt no acierta cuando supone que las virtudes de los canarios eran negativas y que han sido idealizadas por la posteridad romántica, como se ha fantaseado sobre los pueriles habitantes de Oceanía que, aunque en verdad eran muy afables, también eran muy crueles. Bontier y Leverrier, los enérgicos sacerdotes normandos, y los cronistas españoles eran bien ajenos a toda sensiblería y describieron con bastante desgana las virtudes de los isleños, que contrastaban con la crueldad de sus compatriotas.
Hermann Christ, Un viaje a Canarias en primavera (1886)
Traducción de Karla Reimers Suárez y Ángel Rodríguez Hernández