Cartografía y espionaje
Como extranjero, cualquier operación tendente a trazar el plano de la isla me estaba prohibida, pues hubiese parecido sospechosa a la autoridad militar. Ya mis largas exploraciones habían llamado la atención pública y habían dado lugar a falsas suposiciones. Tenía que hacer grandes esfuerzos para convencerlos de que el único objetivo de mis investigaciones eran mi amor y mi interés por la ciencia; a mi pesar, se obstinaban en ver en mis trabajos más importancia de la que tenían. Me era necesario, pues, hacer geografía sin aparentar hacerla y limitarme únicamente a medios expeditivos. La mayoría de las veces hacía el trazado a simple vista; con este procedimiento también se pueden conseguir resultados bastante buenos en un país que se puede examinar todos los días. La buena memoria del general Allent sobre los reconocimientos militares me había enseñado todo el partido que se puede obtener con este género de trabajo. Las sabias lecciones de este oficial me sirvieron de guía; la costumbre de distinguir bien crecía a cada nueva observación y, con esta práctica sin teoría, me las arreglaba sin instrumentos.
El naturalista, aislado en el país que explora, se ve obligado a actuar como el oficial del estado mayor encargado de un reconocimiento; sus recursos son muy limitados, pero las observaciones hechas con presteza pueden aumentarse luego con informaciones basadas en operaciones más rigurosas. Ésta ha sido precisamente mi actitud y la conducta que he seguido. Mis mapas proceden de diversos bocetos, hechos en el terreno, y de las informaciones de Escolar, Saviñón y Mesa. Una vez el contorno de la costa era exacto, me era fácil situar en este cuadro el sistema orográfico, que había estudiado detalladamente. Todos esos montes agrupados y los accidentes destacados de los principales macizos iban sucesivamente a colocarse en su sitio, pues yo tenía como referencia los puntos culminantes de la isla, cuyas altitudes y posición conocía, así como la de los nudos de donde parten las grandes estribaciones y los salientes de la costa donde éstas desembocan. Después de eso, los detalles topográficos que me faltaban por indicar se situaban en los pequeños espacios de un plano ya muy reducido. Así, las inexactitudes que podían deslizarse durante el curso de mi trabajo se volvían inapreciables.
Sabin Berthelot, Historia natural de las Islas Canarias, Geografía descriptiva (1839)
Traducción de José Antonio Delgado Luis