El agua
La escasez de agua en Lanzarote y Fuerteventura
Cuando se ha nacido en un país como las Islas Canarias es cuando se puede apreciar el agua en su justo valor. Lanzarote, más que las otras islas, está mal dotada desde este punto de vista. No tiene ni un arroyo, ni una fuente, ni un pozo, aparte de aquellos que sirven para recoger el agua de lluvia. Por eso se la recoge con el mayor cuidado.
Las acequias llevan a los aljibes o a las maretas la lluvia que cae en las montañas o en los sitios que no están cultivados. Estas reservas se encuentran en los lugares más áridos, con frecuencia a una distancia de ocho a diez kilómetros de las viviendas. Pero no se teme recorrer grandes distancias para llevar, sobre un dromedario, dos pequeños barriles de agua, que a veces se compra a un precio elevado. Este agua se ahorra con esmero y a los lanzaroteño se les puede perdonar no ser de una limpieza ejemplar, porque no llueve todos los años.
De 1871 a 1879 no llovió en la isla ni en Fuerteventura. Ante este largo período de sequía y a pesar del esfuerzo realizado para no desperdiciar la provisión recogida, esta se agotó rápidamente. Entonces todos los habitantes se vieron obligados a emigrar. He visto llegar a Tenerife a esos desgraciados, casi muertos de inanición, llevando consigo a los animales que habían sobrevivido. Fue un espectáculo que difícilmente olvidaré. Una gran cantidad de habitantes emigraron a América en esa época, abandonando sus casas, que se ven caer hoy en ruinas, lo que no contribuye a alegrar el paisaje.
René Verneau, Cinco años de estancia en las Islas Canarias (1891)
Traducción de José Antonio Delgado Luis