El servicio militar
Ni en Lanzarote ni en Fuerteventura hay muchos soldados, sólo los suficientes para llenar el cupo del servicio militar. Todo joven, de dad comprendida entre los 16 y los 20 años, está obligado a servir en el ejército. A tal efecto debe abandonar su casa durante tres o cuatro meses cada año e instalarse en los cuarteles de instrucción en Santa Cruz de Tenerife o en los de Las Palmas de Gran Canaria, donde aprende el oficio de combatiente, como lo llamó Robert Burns: caminar erguido, usar uniforme, disparar armas y pavonearse “lleno de extraños juramentos” para delicia de los chicos pequeños y de las chicas mayores. Si el recluta tiene una madre que depende de él para subsistir no se le llama a filas; en caso contrario se requiere pagar doscientos dólares por un sustituto. No se permite que ningún hombre emigre hasta que haya cumplido el servicio militar, pero muchos jóvenes de esa edad, que rechazan desfilar al paso de la oca, se saltan la ley y emigran a América.
Resulta oportuno comentar que la policía en Canarias recuerda, de alguna manera, en sus uniformes y equipos, a la policía irlandesa. Reciben su sueldo del Estado, son bastante atentos y generalmente presentan una buena apariencia. Les encanta fumar cigarrillos cuando están de servicio, pero ese hábito es universal en todos los oficios y profesiones. Las ciudades disponen de serenos que cantan las horas, como solían hacer nuestros Charlies en los viejos tiempos “Watchman, what of the night?”, antes de que se creara la policía.
John Whitford, Las Islas Canarias, un destino de invierno (1890)
Traducción de Jonay Sevillano