Cultivo y fábrica de tabaco
Después del casino visitamos una fábrica de tabaco, una de las que era propietario don Ramón. Los campos se hallaban a pocos pasos de la ciudad, y era aquí, en las habitaciones de dos casas pequeñas, donde se secaba y seleccionaba el producto, liado por los dedos expertos de tres hombres, y finalmente empaquetado y etiquetado por varias muchachas. Don Ramón gentilmente ordenó que me fabricaran un desconcertante cigarro puro de un pie de largo que me obsequió, además de otros de distintas clases, el más caro de los cuales se vendía en Madrid a 40 chelines la centena.
Charles Edwardes, Excursiones y estudios en las Islas Canarias (1888)
Traducción de Pedro Arbona Ponce
En las plantaciones de tabaco de las islas hay una agradable costumbre. Tras entrar en cualquier vivienda y después de la bienvenida de rigor y de que el anfitrión le ofrezca vino al visitante, coge unas cuantas hojas de tabaco, de las que siempre hay sueltas, toma un cuchillo afilado, como los de los zapateros, y sobre un tablero pequeño elabora un puro perfecto en menos de un minuto, con una forma impecable, y se lo entrega al huésped para que lo encienda y deguste.
Adosadas a varias de las mejores casas hay cabañas abiertas por los lados, donde se ponen a secar las hojas de tabaco, colgadas a lo largo de grandes travesaños. Esta operación también se desarrolla en el interior de las casas, pero sin necesidad de hacer una hoguera debajo, como es usual en las plantaciones tabaqueras de Estados Unidos, ya que el clima de estas islas no es demasiado húmedo. Debido a las propiedades químicas de la tierra volcánica del valle del Golfo el tabaco que crece aquí es de mayor calidad y las plantaciones proliferan año tras año.
John Whitford, Las Islas Canarias, un destino de invierno (1890)
Traducción de Jonay Sevillano