Decadencia de la cochinilla
Dondequiera que hay un lugar para el cultivo se ven numerosas tuneras abandonadas. Desde 1845 estos campos de cactus se plantaron en las Islas por todas partes con tanto tesón para obtener la máxima cantidad de la entonces tan deseada cochinilla, que fueron sacrificados casi todos los viñedos y frutales, sustituyéndolos por las Opuntia que, en solitario o mezcladas con otras plantas, llaman la atención por sus formas abstractas, pero que cultivadas en campos son realmente feas.
Es imposible saber todo lo que fue sacrificado en beneficio de la cochinilla, todo lo que se perdió en árboles nobles, en grupos de antiquísimos frutales, árboles perennes de adorno y bosques. A Humboldt o von Buch les invadiría una gran tristeza si hoy pudieran volver a contemplar el paisaje canario, tan devastado.
El clima se ha resentido seguramente por ello, pero sobre todo han sufrido la belleza y el carácter del paisaje, al desaparecer una gran extensión de campo que estuvo cubierto de árboles. Al menos, el producto del cultivo de los cactus trajo increíbles beneficios a las pobres islas; según Bolle, casi cuatro millones de francos al año. Sin embargo, desde hace unos diez años, la alizarina, la sospechosa y brillante imitación del colorante natural, ha suplantado poco a poco a la cochinilla. El precio de esta ha caído de ocho a cuatro pesetas y aún más bajo, y ahora hay almacenados en Londres miles de sacos de cochinilla invendible. En vez de cambiar enseguida el cultivo, de arrancar los cactus y de plantar otra vez vid o moreras en el suelo renovado por el cambio de cultivo, la mayoría de los terratenientes sigue esperando una recuperación e, incluso, derrochan mano de obra en la producción de más cochinilla, confiando en el retorno de los viejos tiempos.
Hermann Christ, Un viaje a Canarias en primavera (1886)
Traducción de Karla Reimers Suárez y Ángel Rodríguez Hernández