Introducción de la cochinilla
Las circunstancias de la introducción de este nuevo recurso industrial presentan un aspecto providencial. Nadie podía pensar en 1835 que los años de cultivo del viñedo en Tenerife estaban contados. En este país se lleva produciendo vino desde hace 300 años y nada parece impedir que lo siga haciendo eternamente, dirían los defensores del inmovilismo secular. De modo que cuando aquel año un caballero nativo importó desde Honduras los insectos y los cactus apropiados, sus amigos lo tomaron por tonto y la gente del campo destruyó una noche sus plantaciones, porque en tierra de uvas aquella era una provocación que no podía tolerarse. Sin embargo, afortunadamente el Gobierno apoyó al animoso innovador y, aunque al coste de varios disturbios ocasionales en el campo, algunos cactus y cochinillas quedaron a salvo en zonas particulares de la isla.
El tiempo pasó y la enfermedad de la vid cayó sobre estas tierras. El fruto se secó, las plantas murieron y todo el mundo vio la cara del hambre. La Orotava, tan frecuentemente visitada antes por los americanos, deseosos de cambiar madera y otros productos por vino, quedó pronto vacía de gente de negocios. Entonces tuvo lugar el experimento del cultivo de la cochinilla en los abandonados viñedos y se alcanzó un gran éxito. El insecto se reproducía con rapidez y sus crías pasaban de mano en mano. La gente fue pronto dominada por el furor de su cultivo, que aún continúa. Tierras de barbecho, huertos y campos se convirtieron en plantaciones de cactus. A los seis meses de que crezcan las hojas se puede comenzar la cosecha, con un aprovechamiento tan grande de la tierra como no se había conocido nunca.
[…] Los progenitores generan pequeñas crías en gran número. Los pocos machos que hay entre ellos toman la forma de un mosquito, viven una existencia muy corta y mueren, dejando a las hembras, de aspecto parecido al de las chinches, pero siempre blancas, la útil y laboriosa misión de segregar buenas cantidades de un líquido de color púrpura. Cuando la hoja está bien cargada de ese fluido, se la separa de la planta, se coloca sobre tablas y se la calienta en un horno hasta formar el preparado seco que se encuentra en el mercado.
Charles Piazzi Smyth, Tenerife: La experiencia de un astrónomo (1858)
Traducción de Emilio Abad Ripoll