La pesca
Los setecientos marineros que se dedican en Canarias a la pesca en la costa africana están repartidos en treinta pequeños bergantines, muy inferiores, con respecto a su capacidad, a los navíos europeos. Si se tiene en cuenta que estos últimos, de sesenta a ciento cincuenta toneladas, apenas llevan más de treinta hombres de tripulación y que los bergantines canarios, cuyo mayor tonelaje es de cincuenta, tienen aproximadamente el mismo número de marineros, se puede deducir que si los isleños adoptasen procedimientos de pesca más eficaces, es decir, que requieran menos gente y tiempo, podrían doblar el número de navíos y aumentar considerablemente la producción sin incrementar los tripulantes.
[…] Quizás también les convendría emplear navíos de mayor tonelaje, con el fin de conseguir a la vez una mayor cantidad de productos en una sola expedición y evitar por este medio el inconveniente de los viajes excesivos, el tiempo perdido en las numerosas travesías y todos los gastos que ocasionan. Pero la imposibilidad de conservar durante mucho tiempo el pescado, según el método de preparación adoptado hasta ahora, obliga a los pescadores a no llevar a las islas sino pequeños cargamentos. La acumulación del pescado en grandes cantidades en los puertos donde los navíos van a depositar sus cargas, podría comprometer la salud pública si la venta se prolongase más de dos meses. Este inconveniente privaría a los pescadores de una parte de sus beneficios, pues los regidores los obligarían a lanzar al mar todo el que estuviera estropeado. De ahí proviene la necesidad de ir varias veces a la costa y de regular la pesca según las necesidades del consumo.
[…] Los bergantines de pesca están desprovistos de casi todo; el material del equipo de reduce a las cosas más indispensables; la mayoría no tiene bitácora; el patrón se provee de una mala brújula, para cumplir, y la mantiene encerrada en uno de los cofres de su camarote; durante la noche, el timonel se guía por los astros y, casi sólo en el caso de que el tiempo esté cubierto, manda a consultar el instrumento abandonado. Los aparejos del navío generalmente están en el estado más lamentable y, a pesar de este abandono, la tripulación, cuando se presenta el momento, siempre está dispuesta a la maniobra y sabe crearse recursos inesperados. En estos hombres de mar existe una especie de instinto providencial que los guía y les hace adivinar todas las posibilidades de la navegación; su seguridad íntima ha producido en ellos esa despreocupación que les caracteriza.
Sabin Berthelot, Historia natural de las Islas Canarias, Geografía descriptiva (1839)
Traducción de José Antonio Delgado Luis