Jardín botánico y patios de La Orotava
A pesar de los muy inteligentes cuidados de M. Hermann Wildpret, el jardinero suizo que lo dirige, por culpa de las autoridades españolas, que no le conceden subvenciones suficientes ni protección de ninguna clase, el mantenimiento de este establecimiento deja mucho que desear. Sin embargo, es una maravilla que es necesario visitar para darse cuenta de que lo es. La impresión que experimenté al entrar allí fue aún más fuerte que la que había sentido en Madeira al penetrar en la Vigia. El cielo estaba escondido por miríadas de plantas arborescentes y de árboles desconocidos, con las formas más extrañas y de envergaduras desmedidas; aunque estuviésemos en la peor estación del año para visitarlo (el 10 de marzo), los arriates estaban llenos de flores de mil colores. Sin duda, el más curioso de todos los gigantes orgánicos que se encuentran en este lugar es un Pandanus candelaber.
Tiene forma de una araña invertida de treinta pies de altura y de 60 metros de circunferencia. Sus hojas son largas y agudas y sus flores, que se parecen a los conejos blancos, dan un polvo con el que generalmente las javanesas cubren sus caras; pero lo más asombroso es que, en este lejano jardín de aclimatación, encontramos una infinidad de plantas raras y exóticas que procedían de la fría y brumosa Bélgica, su tierra amiga y nutricia, tan digna a este respecto de los favores del cielo y tratada por él, en cambio, con tanta ingratitud.
En la Orotava, las plantas de los patios son sustituidas con frecuencia por naranjeros, que una temperatura templada mantiene todo el año cubiertos de flores o de frutos. Las salas dan a jardines maravillosos, que están cuidados con esmero. Tales son, especialmente, el de la familia Machado, donde se encuentra un castañero colosal cuatro veces centenario; el de la marquesa Sebastiana de Ponte, llamado de la Quinta, donde las columnatas blancas de las escaleras, perdidas bajo una infinidad de flores, recuerdan las fantasías más graciosas de Versalles; los del conde del Palmar y de los marqueses de Monte Verde; el palacio de don Juan de Guardia, hombre amable, a quien le debemos el haber tenido acceso a todas estas viviendas, y, finalmente, la casa solariega antigua del marqués del Sauzal. En el jardín de este dominio señorial se encontraba antiguamente el célebre drago de la Orotava, el decano de los árboles más conocidos del globo.
Charles van Beneden, Al noroeste de África: Las Islas Canarias (1882)
Traducción de José Antonio Delgado Luis