La vestimenta de Gran Canaria
La vestimenta de los hombres ya la he descrito cuando hablé de los pastores. Recordaré que se compone de una camisa de tela gruesa, de un pantalón del mismo tejido, cuyas perneras, desmesuradamente amplias, casi no pasan de la rodilla, de un chaleco sin mangas, de una faja larga de tela roja enrollada varias veces alrededor del cuerpo y de un sombrero de fieltro. El calzón se ata, generalmente, con una cuerda y su amplitud permite hacer ciertas necesidades naturales sin desatarlos, pues basta con subir una pernera. El sombrero, de fieltro muy basto, no tarda mucho en agujerarse en lo alto, lo que ni impide seguirlo usando mientras la cabeza no pase a través. El cuchillo, la hoja de tabaco liada, el mechero, la yesca y la petaca son partes integrantes del vestido masculino. Esta última, fabricada en cuero por los zapateros del país, se compone de dos bolsas, una para el mechero y otra para las hojas de millo, que sustituyen al papel de liar tabaco, y de una correa de cuero que sirve para atarla. Está formada con objetos de latón y con trozos pequeños de cuero rojo o negro, que contrasta con el color amarillo de la petaca.
He dicho que las mujeres del pueblo se cubren la cabeza con un pañuelo plegado en triángulo, una de cuyas puntas cae por atrás, mientras que las otras dos se atan bajo el mentón. Los días de fiesta sustituyen el pañuelo por un trozo de franela blanca. Este es el tocado de todas las campesinas, pero tiene también la costumbre de llevar, por encima, del pañuelo, un sombrerito parecido al de los hombres. Su vestido se compone de una falda y una blusa de algodón.
En cuanto a los niños, se les viste con una simple camisa hasta los 4 o 5 años. A esa edad se añade a esa vestimenta, demasiado escasa, un calzón largo a los chicos y una falda a las chicas. Acostumbrados a caminar sin zapatos, esta gente no teme ni a las plantas espinosas ni a las rocas cortantes. Se les ve correr con los pies desnudos en medio de corrientes de lava que en pocas horas destrozarían los zapatos más sólidos.
René Verneau, Cinco años de estancia en las Islas Canarias (1891)
Traducción de José Antonio Delgado Luis