Viajeros del siglo XIX en Canarias

Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia

Cementerio de Vegueta

Desde fuera este cementerio parece una extensa fortaleza de piedra. Está situado aproximadamente a una milla al sur de la ciudad. Es alargado y uno de sus muros se yergue sobre las rocas que el mar constantemente azota. Las paredes son sólidas, altas y dobles, con una separación entre ellas de unos veinte pies. Rodean todo el cementerio, a excepción de la puerta de entrada,  donde se hallan las capillas y los panteones, y de la zona donde se encuentras unas hileras de cavidades de piedra que se elevan por encima de las demás edificaciones, que llaman catacumbas. El cementerio principal dispone de múltiples y bellos paseos, y luce altos cipreses y sauces. Por problemas de espacio algunas tumbas se han vaciado para que puedan efectuarse otros enterramientos. Se han abierto los ataúdes y se han sacado los cuerpos; se les ha despojado de las vestimentas, excepto del calzado y calcetines, y han sido arrojados por encima de un muro sobre miles de cadáveres amontonados que se secan al sol hasta convertirse en polvo. Los ataúdes y las ropas son abandonados en el espacio que separa los altos muros del lado del cementerio junto al mar. Cuando se alcanza un número considerable se queman allí mismo, periódicamente.

[…] En este cementerio hay dos lugares, simples hoyos entre los altos muros, destinados a los cuerpos desechados. En lo alto del más amplio, por entonces casi lleno de huesos en descomposición, había apilados un importante número de féretros abiertos, con los difuntos en su interior, como si se hubiesen quedado pegados a la madera. Se dejan expuestos a la acción del sol por un período de tiempo hasta que las ropas, los cuerpos y los armazones se separen. En lo alto del otro hoyo se veían una serie de cadáveres recién retirados. […] La mezcla de cráneos y zapatos viejos bajo esos esqueletos humanos produce, por usar el lenguaje más indulgente, que los melancólicos se pongan más tristes, que la gente corriente se disguste y que las personas más reflexivas piensen que con tanta tierra baldía en la isla no deberían producirse estas exhumaciones.

John Whitford, Las Islas Canarias, un destino de invierno (1890)

Traducción de Jonay Sevillano