Viajeros del siglo XIX en Canarias

Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia

Iglesia de El Salvador

Iglesia de El Salvador, 1888 Iglesia de El Salvador, 1888 La iglesia parroquial de El Salvador es, tanto por dentro como por fuera, una de las más hermosas del archipiélago. La piedra labrada de su pórtico es delicada y elegante y la artesanía en madera oscura de su interior está pulcramente tallada. […] Mas la riqueza de El Salvador reside en su oro, su plata y sus vestiduras. Quedamos deslumbrados por el destello y el valor de los metales preciosos de sus custodias, cálices y patenas, algunas muy antiguas, de curiosa forma y diseño, y por el gran número de ciriales y báculos de plata, parte integrante de las procesiones eclesiásticas. Hay también juegos de fundas de plata para el altar y un delicado trabajo de orfebrería en la plata de los atriles y las cubiertas de los libros.

En lo que respecta a las vestimentas su esplendor deja a uno sin habla. Pudimos ver capas pluviales y casullas, ricamente bordadas, con encaje de oro y plata sobre seda, terciopelo y raso, moradas, carmesíes, verdes y azules, hasta cansarnos de tanta magnificencia. Uno de estos trajes, hecho en Toledo, representaba todas las flores características de La Palma en oro y plata, sobre seda y raso. También se nos relató la curiosa historia de cierta capa pluvial de oro, plata y damasco, y la ancha pila de mármol, profusamente decorada con figuras y paisajes. Ambas proceden, en apariencia, de nuestra catedral de San Pablo en tiempos de Enrique VIII y fueron obsequiadas a La Palma.

Aquí en El Salvador se emplea un singular aparato mecánico que sirve de ayuda al sacerdote que oficia la misa en el altar. Al dar la orden el sagrario se abre o se cierra, se acerca o se aleja, sin actuar agente visible alguno. Otra señal hace surgir unos escalones de madera del cuerpo del altar y una vez que el sacerdote ha ascendido por ellos hasta alcanzar la hostia en el sagrario, se esfuman tan misteriosamente como aparecieron, la brecha se cierra y desaparece toda señal de magia.

Charles Edwardes, Excursiones y estudios en las Islas Canarias (1888)

Traducción de Pedro Arbona Ponce