Viajeros del siglo XIX en Canarias

Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia

Janubio

Hay muchísimos lugares de interés, inusuales, en Lanzarote. El lago de agua salada de Janubio es uno de ellos. […] Siguiendo un sendero, tan amplio como un paseo, torcemos poco después a través de campo abierto y, tras descender por un risco bajo, llegamos a una bahía lana y ancha, parecida a la bahía de Jersey. Sin embargo, el agua de mar está cercada de lava por el lado exterior. En el centro de este lago hay varios cientos de patos salvajes. La vertiente izquierda está rodeada de acantilados bajos, el derecho por el río de lava que en el siglo pasado llegó al mar aquí y que casi cerró la bahía. Los patos son los dueños del lugar y una gaviota inmensa, posada sobre una roca minúscula del lago, nos vigila sin moverse. Por la parte cercana al mar penetra un poco de agua en el lago, como un arroyuelo, que probé para asegurarme de que era salada, ya que parecía agua dulce. Seguimos caminando y cruzamos un terraplén alto de grandes piedras negras hasta que llegamos al mar. El oleaje ruge aquí de forma totalmente innecesaria, como si le molestase muchísimo que se hubiesen reducido las fronteras de su reino.

Este lago parece muy misterioso visto en el mapa, pero el misterio se resuelve fácilmente cuando se está sobre el terreno. La lava que destruyó el valle en Yaiza penetró en el mar por un lateral de esta bahía y, rodeándola, estranguló la entrada, donde más tarde el oleaje ha ido depositando piedras. El agua que contiene sube y baja un poco siguiendo la pleamar y bajamar de la marea, pero la lava constituye una barrera impenetrable que impide que alguna vez se vacíe o se llene más de lo que está. Nos dicen que cuando el mar está muy encrespado penetra más agua por la entrada subterránea. El paisaje que contemplo, sentada en el terraplén pedregoso, de espaldas al mar, es magnífico. La masa negra de piedras e extiende desde mis pies hasta la apacible laguna azul, moteada con aves. Un terraplén alto cierra el extremo opuesto del lago y detrás una cadena de picos volcánicos destaca claramente contra el cielo azul.

Olivia Stone, Tenerife y sus seis satélites (1887)

Traducción de Juan Amador Bedford