El catastrofismo
A principios del siglo XIX el catastrofismo era la teoría más popular entre los geólogos sobre la formación de la Tierra, puesto que permitía reconciliar una parte de los datos empíricos con la ortodoxia cristiana. Su comienzo puede remontarse al naturalista suizo Charles Bonnet (1720-1793), quien en su obra Palingenesia filosófica, de 1769, sostenía que el globo, como consecuencia de los terremotos, el vulcanismo y las inundaciones periódicas, está sometido a una serie de revoluciones cíclicas que alteran completamente su aspecto. De parecida opinión era el naturalista suizo establecido en Inglaterra Jean-André de Luc (1727-1817), que en su obra Cartas sobre la historia de la Tierra y del hombre (1779) consideraba insuficiente la explicación del relieve por la mera erosión y consideraba que la causa principal era la variación de la cantidad de fluido expansivo marino que caía y emergía sucesivamente de grandes cavidades bajo la corteza terrestre. Los continentes quedaban sumergidos y se depositaban los fósiles, mientras que la vida vegetal y animal se conservaba en las pocas islas que se mantenían emergidas.
En su Tratado elemental de Geología (1809) insistía en que las catástrofes que habían modelado el planeta eran tan recientes que su recuerdo se conservaba en las civilizaciones antiguas. Otro ilustre catastrofista fue el geólogo francés Déodat de Dolomieu (1750-1801) que en diversas memorias científicas publicadas a partir de 1794 postulaba que era imposible comprender la historia del globo a partir de los fenómenos geológicos actualmente observables; a su juicio, inundaciones oceánicas de gran envergadura habían transformado completamente el paisaje terrestre en sus seis milenios de existencia.
El catastrofista más popular e importante de esta época fue, sin duda, el naturalista francés Georges Cuvier (1769-1832), cuyo Discurso sobre las revoluciones de la superficie del globo (1812) tuvo un gran impacto en toda Europa. Daba por hecho que el océano había experimentado diversos cambios súbitos de nivel, inundando gran parte de las tierras emergidas. Eso explicaba fenómenos como la extinción de las faunas fósiles, la tremenda distorsión de los estratos de rocas primitivas originalmente horizontales y el intercalamiento de estratos sedimentarios de aguas marinas y aguas dulces, hechos que no podían explicarse mediante los fenómenos geológicos observables en la actualidad. Cuando su colaborador, el naturalista Alexandre Brongniart (1770-1847), encontró en 1821 fósiles cretácicos en los Alpes de Saboya y fósiles terciarios en los Alpes Vicentinos y dos años después su hijo, Adolphe Brongniart (1801-1876), mostró que también las floras fósiles habían sufrido una serie de extinciones sucesivas, el catastrofismo pareció confirmarse.
El catastrofismo tuvo presencia en el Reino Unido a través del geólogo escocés Robert Jamieson (1774-1854), traductor del Discurso de Cuvier en 1817 y experto en mineralogía, del reverendo William Conybeare (1787-1857), autor de Esquemas de la geología de Inglaterra y Gales (1822), estudioso de los estratos carboníferos británicos, del reverendo William Buckland (1784-1856), profesor de Oxford y autor de Reliquias del Diluvio (1823), donde consideraba cada día de la creación divina como una época histórica diferente, del reverendo Adam Sedgwick (1785-1873), profesor de geología en Cambridge, y de George Scrope (1797-1876), autor de Consideraciones sobre los volcanes (1825), que defendía que los mismos factores que habían producido las catástrofes remotas seguían actuando en el presente, aunque con menor energía.