Charles Lyell y Canarias

Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia

Islas Canarias. La Palma

Me he extendido tanto en los Principios de Geología sobre los diferentes puntos de vista sostenidos por eminentes autoridades respecto al origen de los conos volcánicos y las leyes que gobiernan el flujo y consolidación de la lava que, para no repetir aquí lo ya publicado, me limitaré en el resto del capítulo a la descripción de los hechos que observé durante una reciente exploración de Madeira y algunas de las Islas Canarias. En esas excusiones, realizadas en el invierno de 1853-54 iba acompañado de un activo compañero de trabajo, Mr. Hartung, de Koenigsberg. Visitamos entre otros lugares la bella isla de La Palma, un sitio ya clásico debido a la descripción que dio de ella el finado Leopold von Buch en 1825, que la consideraba como un tipo de lo que él llamaba “cráteres de elevación”.

La Palma se halla diez millas al oeste de Tenerife. Vista desde el canal que separa ambas islas La Palma parece consistir en dos masas montañosas principales, con una depresión entre ellas, el paso de Tacande, que está a 4600 pies sobre el nivel del mar. La masa situada más al norte representa, pese a algunas irregularidades que mencionaré después, una considerable aproximación a la forma general de un gran cono truncado, que tiene en el centro una amplia y profunda cavidad, llamada por sus habitantes “La Caldera”. Esta cavidad tiene tres o cuatro millas geográficas de diámetro y la altura de los precipicios que la rodean varía entre los 1500 y 2500 pies de altura. Desde su base, una ladera escarpada, revestida de un espléndido bosque de pinos, desciende mil y a veces dos mil pies, hallándose el centro de la Caldera a 2000 pies sobre el nivel del mar. La parte norte de la cresta que la rodea alcanza más de 7000 pies ingleses de altura en sus picos más altos y nieva en los meses invernales.

Por la parte exterior los flancos de este cono truncado se inclinan en todas direcciones, con sus vertientes más escarpadas cerca de la cresta, que se vuelven más llanas según se acercan a las tierras bajas. Un gran número de barrancos arranca de los flancos de la montaña, a corta distancia de la cumbre, inicialmente con escasa profundidad, pero volviéndose más hondos según descienden y haciéndose a la vez más numerosos, como en los volcanes de Java antes mencionados.

Tan continua es la pared vertical que limita la Caldera, excepto en su parte final, al sudeste, donde los torrentes que la desaguan originan una profunda garganta (figura 643), que no hay ni siquiera un paso por el que uno pueda descender, salvo en un lugar llamado La Cumbrecita (figura 642). Es un estrecho puerto de montaña o divisoria a 2000 pies de altura sobre el fondo de la Caldera y 4000 pies de altitud sobre el nivel del mar, situado en el preciso límite entre las dos formaciones geológicas de las que me voy a ocupar ahora. Este puerto se halla al mismo nivel donde en otras partes de la Caldera los precipicios verticales alcanzan la ladera rocosa de derrubios, cubierta de pinos. El otro sitio por el que desagua la caldera, su entrada principal, es el gran barranco que se extiende desde el extremo sudoeste de la Caldera hasta el mar, una distancia de 4,5 millas geográficas, en cuyo espacio el agua del torrente desciende unos 1500 pies.

Este bosquejo fue realizado por von Buch desde un punto del mar por el que nosotros no pasamos, pero vimos lo suficiente como para convencernos de que deberían haberse añadido varios conos laterales en la gran ladera del lado izquierdo, además de numerosas barranqueras extendiéndose desde la cumbre hasta el mar. Mar que no entra en el gran barranco, como parecería deducirse de este bosquejo. La sección anexa (figura 645) atraviesa la isla desde Santa Cruz hasta Punta Briera, del sudeste al noroeste. Ha sido dibujado a escala real, tanto las altitudes como las distancias horizontales, a partir de las observaciones de Hartung y las mías.

Hallamos lavas ligeramente inclinadas cerca del mar en Santa Cruz, donde las observamos alrededor del cono de San Pedro, al que han enterrado más de la mitad, sin llegar al cráter. Arrancando de la misma parte de la costa y ascendiendo el profundo Barranco de la Madera vimos justo debajo de "e" lavas basálticas hundiéndose en un ángulo de 5º, sin que hubiera diques en esa zona. Más arriba, donde los diques todavía escasean, el ángulo de los estratos aumenta hasta 10º y 15º y se vuelven más escarpados según se acercan a la Caldera en "b", donde abundan los diques.

La sección de la figura 646 es perpendicular a la precedente y corta a través del cono en dirección al gran barranco, de nordeste a sudoeste. La más baja de las dos líneas oblicuas, "m,i", que desciende desde la Caldera hasta el mar a lo largo del fondo del barranco, representa el actual lecho del torrente. La línea superior, "k,l", representa la altura a la que los estratos de cascajo, elevados muy por encima del presente canal del río, son visibles como parches separados, señalados como espacios punteados en "k" y hacia el sudoeste de la misma vertiente. Estos y los estratos continuos de cascajo y conglomerado de más abajo, en "l" y en "i", son más recientes que el resto de rocas volcánicas observables en esta sección.

La formación volcánica superior, que describiremos más adelante, se halla atravesada por numerosos diques, que no podían representarse a tan pequeña escala. Las líneas verticales en la formación más baja representan unos pocos de los diques verticales que allí abundan. Incontables otros, inclinados y sinuosos, penetran las mismas rocas. Las cinco zonas destacadas, de forma más o menos piramidal, en el fondo de la Caldera (a cada lado de "m") concuerdan en estructura y composición con la formación superior y pueden haberse hundido hasta su actual posición si la Caldera se hubiera formado por inmersión, o bien podría deberse a deslizamientos de tierra si la cavidad hubiera de atribuirse principalmente a la acción del agua.

En la descripción que hemos dado de la sección (figura 646), los acantilados de cuyas paredes en la Caldera hemos hablado están compuestos de dos formaciones. De estas sólo la superior origina precipicios verticales, desde cuya base la inferior desciende en laderas escarpadas que, aunque tienen apariencia externa de derrubios, no están formadas de hecho por materiales fragmentados, ni por trozos caídos de las rocas de encima, sino por rocas "in situ". Ambas formaciones son de origen volcánico, pero difieren en composición y estructura. En la superior los estratos consisten en aglomerado, escoria, lapilli y lava, principalmente basáltica, inclinándose hacia el exterior en su totalidad, desde el eje del cono original, en ángulos que varían entre los 10º y los 28º.

Las lavas sólidas no constituyen más de una cuarta parte de su masa y se hallan repartidas en estratos de grosor muy variable, algunos escoriáceos y vesiculares, otros más compactos, e incluso en algunos casos toscamente columnares. Todas estas masas más bien pétreas se van estrechando y desaparecen dondequiera que pueden rastrearse horizontalmente, a lo largo de un cuarto de milla y normalmente menos. En la parte baja predominan las gruesas brechas y el aglomerado, como si el comienzo de la segunda serie de rocas hubiera marcado una era de violentas explosiones gaseosas. Determinados estratos de este agregado de piedras angulosas y escoria alcanzan un espesor de 200 a 300 pies. Están unidas por una pasta de polvo volcánico o escoria espongiforme.

En cierto punto a la derecha del gran barranco, cerca de la salida de la Caldera, observamos en el precipicio que lo limita una alta columna de roca amorfa y escoriácea, en la que la escoria rojiza u oxidada era tan retorcida y viscosa como la que se ve en las laderas del Vesubio, lo que parece implicar que allí hubo una abertura o canal de descarga, enterrado posteriormente bajo los productos de las erupciones más recientes. Incontables diques, más o menos verticales, compuestos en su mayor parte de lava basáltica, atraviesan las paredes de la Caldera, algunos terminando a lo largo de su ascenso, pero alcanzando un gran número de ellos la propia cumbre de la cresta y, por tanto, habiéndose originado con posterioridad al precipicio entero.

No pudimos descubrir en ninguna de las masas caídas de aglomerado, esparcidas por la base de los acantilados, ni un simple guijarro o fragmento erosionado por el agua. Cada piedra incrustada es angulosa o, cuando es globular, se compone de escoria más o menos esponjosa, sin que deba su forma, evidentemente, a la atricción. Sería imposible dar cuenta de la ausencia de guijarros desgastados por el agua si la gruesa brecha en cuestión se hubiera extendido por un agente acuático sobre un área horizontal coextensiva con la Caldera y las rocas volcánicas que la rodean. La única causa que conocemos capaz de dispersar tales fragmentos pesados, de 3, 4 y 6 pies de diámetro, sin despuntar sus aristas, es el poder del vapor, a menos que supongamos que el hielo ha colaborado con el agua en movimiento, y en esta latitud (28º 40’) no podemos imaginar la interferencia del hielo, especialmente porque busqué en vano signos de acción glaciar, aquí y en otras regiones montañosas de Canarias.

La formación inferior de la Caldera, como ya se dijo, es también de origen ígneo. Difiere en su color dominante de la superior, mostrando un verde té y en algunas zonas un tinte ligeramente amarillo, en vez del habitual marrón, gris plomo o los tonos rojizos del basalto y su escoria asociada. Son comunes los estratos de toba levemente verdosa, junto con los de roca traquítica y piedra verde, estando en conjunto tan reticulados por diques, unos verticales, otros oblicuos, otros sinuosos que nos fue imposible determinar la inclinación general de los estratos, aunque en la cabeza de la gran garganta del barranco se inclinan ciertamente hacia el exterior, hacia el sur, como afirmaba von Buch. Pero siguiendo la sección del mismo barranco hacia abajo, donde atraviesa la montaña llamada Bejenado ("d"), y donde las rocas de la formación inferior son muy cristalinas, encontramos algo a lo que no aludió el geólogo prusiano: que los estratos visibles en los acantilados a más de 1500 pies de altitud tienen una disposición anticlinal, exhibiendo primero una inclinación hacia el sur y luego hacia el norte, en ángulos que varían de los 20º a los 40º (figura 646).

De ahí que podamos presumir que los estratos más antiguos hayan experimentado fuertes movimientos antes de que se haya superpuesto la formación superior. Puesto que no se han descubierto restos orgánicos en las series más antiguas no podemos decidir si es de origen subaéreo o submarino. Sólo podemos afirmar que se produjo mediante erupciones sucesivas, principalmente de tobas y lavas de feldespato. Muchos estratos, compuestos inicialmente de toba ligera, han adquirido mayor densidad por el contacto con diques y aparentemente se han visto muy alterados por otras influencias plutónicas, de modo que tienen un carácter semicristalino y casi metamórfico.

La existencia de una masa tan grande de rocas volcánicas de antigua data en el sitio exacto de una igualmente vasta acumulación de lavas y escoria, modernas en comparación, tiene un valor peculiar, en cuanto fenómeno que ha sido observado en otras partes del mundo. Prueba que, a pesar del hecho de que en la pasada historia de los volcanes una región tras otra han sido en ciertas épocas el escenario principal de operaciones ígneas y luego han dejado de serlo, la actividad del calor subterráneo puede persistir más allá de un período geológico en el mismo lugar, relajando quizá su energía durante algún tiempo, pero entrando de nuevo en erupción con la misma intensidad de siempre.

Tenemos que considerar aún el origen de la masa volcánica más alta, la serie superior de rocas con las que se halla conectada más íntimamente la forma específica de la Caldera. La cuestión principal que se plantea aquí es si la masa tuvo forma de cúpula desde el principio, habiéndose formado por la superposición de sucesivas capas cónicas de lava y ceniza o si, como piensan von Buch y sus seguidores, sus componentes materiales se extendieron primero en depósitos horizontales o casi, y luego levantados de una vez como una montaña en forma de domo con una caldera en su centro. Según la primera hipótesis el cono fue creciendo gradualmente y se completó, con todos sus estratos con su inclinación actual y atravesado por todos sus diques, antes de que se formara la Caldera.

Según la otra, la Caldera fue el resultado de los mismos movimientos que le dieron forma de domo al conjunto y que causaron la gran inclinación de los estratos; o en otras palabras, que el cono y la Caldera se produjeron simultáneamente. Estos dos puntos de vista son tan singularmente opuestos entre sí que uno introduce como principal agente físico el levantamiento y el otro la subsidencia. El mismo nombre de “cráteres de elevación” apunta al tipo de movimiento al que una escuela atribuye el origen del cono y la caldera, mientras que los agentes principales a los que recurre la otra escuela son las explosiones gaseosas, la inmersión y la erosión por el agua.

La favorable recepción a la teoría del levantamiento se debió a las siguientes circunstancias. Se decía que las coladas de lava que descienden por un declive mayor de 3º nunca son pétreas y que si la inclinación es superior a 5º o 6º son meras coladas superficiales y estrechas de escoria fragmentada o vesicular. Por tanto, cuando encontráramos capas paralelas de lava pétrea, especialmente si son de cierto grosor, en la parte alta de una caldera, podríamos estar seguros de que se solidificaron originalmente en una pendiente muy suave y que si ahora están inclinadas en ángulos de 10º, 20º o 30º, no sólo ellas, sino todos los estratos intercalados de lapilli, escoria, toba y aglomerado, deben sin embargo haber estado inicialmente casi planos y haberse elevado posteriormente con los estratos sólidos hasta su posición actual. Se supone que tal trastrueque de los estratos difícilmente dejaría de originar una amplia abertura cerca del centro del levantamiento y en el caso de La Palma la Caldera (que von Buch llamaba “el eje hueco del cono”) representaría esta ruptura de la continuidad.

Entre otras objeciones a la teoría de los cráteres de elevación que se han expuesto con frecuencia, sin que nunca se las haya respondido, se encuentran las siguientes. La primera es que en muchas calderas, como la de La Palma, el borde de la gran cavidad y el conjunto circular de precipicios que la rodean permanecen enteros e intactos en sus tres laterales, siendo difícil de concebir que una serie de estratos volcánicos de 2000 a 3000 pies de espesor pudieran haberse extendido alguna vez sobre un área de seis o siete millas en su diámetro menor y luego haberse elevado en bloque, de tal manera que los estratos se inclinaran en ángulos empinados, desde el centro en dirección a todos los puntos del compás, sin que se produjeran grandes fracturas. Esperaríamos ver algunas fisuras a cada lado, ampliándose según se aproximaran a la caldera. Los diques, es cierto, atestiguan sin duda grandes dislocaciones de la masa, que han ocurrido en períodos sucesivos y a menudo distantes entre sí, pero ninguno de ellos puede haberse formado en el supuesto período del levantamiento final y paroxístico, porque si la caldera ya hubiera existido cuando tuvieron lugar, la mezcla de materia ahora solidificada en cada dique, en vez de llenar una grieta, debería haber fluido dentro de la caldera, tendiendo a eliminar completamente la cavidad.

La segunda objeción es la imposibilidad de imaginar que un conjunto tan vasto de aglomerado, tobas, lapilli estratificado y lavas muy escoriáceas pueda haberse vertido dentro de un área limitada sin originar alguna colina y ocasionalmente una alta montaña. Hay tales fragmentos angulosos en los aglomerados, algunos de cuyos estratos tienen de 200 a 300 pies de espesor, que al ser lanzados al aire deberían haber caído de nuevo cerca de la abertura y estar dispuestos en capas inclinadas hacia fuera desde el eje central de la erupción. Concuerda perfectamente con esta hipótesis que encontráramos aglomerado, lapilli y escoria de modo predominante en las paredes de la Caldera, mientras que en los barrancos más cercanos al mar, donde la pendiente de los estratos ha disminuido a 10º, e incluso a 5º, se invirtiera la proporción de piedras en comparación a la de materiales fragmentarios. Es natural también que los diques sean más numerosos allí donde las eyecciones están en proporción de 3 a 1 respecto a los estratos más sólidos (como en "b", figura 645); mientras que los diques son escasos donde predominan las lavas pedregosas (como en "c"). Muchos de los estratos escoriáceos en "b", pueden ser los extremos superiores de coladas que se convirtieron en pedregosas y compactas cuando alcanzaron "c" y fluyeron sobre un terreno más llano; pero esta sugerencia no puede ser aceptada por los defensores de la teoría del levantamiento, porque asumen la existencia de un cono desde mucho tiempo antes de que llegara el momento de la catástrofe que según su punto de vista originó una montaña cónica.

Sin embargo, si rechazamos la doctrina de que los estratos fueron inclinados por un movimiento posterior a toda la acumulación de rocas compactas y fragmentarias, ¿cómo vamos a explicar la escarpada inclinación de algunas lavas pedregosas en la parte alta de las paredes de la Caldera? Estas masas tienen a veces 50 o 100 pies de espesor, de forma lenticular, como se observa desde la parte baja de los acantilados y según todas las apariencias son paralelas a los estratos asociados de escoria y lapilli, pero desafortunadamente nadie puede escalarlas y determinar cuán engañoso puede ser el supuesto paralelismo. Los estratos sólidos se extienden en general sobre pequeños espacios horizontales y algunos de ellos no son probablemente más que lavas intrusivas, de la naturaleza de los diques, más o menos paralelas a las capas de eyecciones. Tales lavas, cuando el cráter estaba lleno, pueden haber forzado su camino entre estratos muy pendientes de escoria y lapilli.

Sabemos que a menudo la lava se vierte a través de un lateral o desde la base del cono, en vez de ascender hasta el borde del cráter. Sin embargo, una o dos de las masas pedregosas aludidas me parecía que se asemejaban a lavas que habían fluido en superficie. Pueden haberse solidificado en una amplia cornisa formada por el borde del cráter. Un borde así podría tener una considerable amplitud tras el truncamiento parcial de un cono. Y algunas lavas pueden haber rellenado, tanto ahora como entonces, el atrium o lo que en el caso del Osma y el Vesubio se llama el “atrio del cavallo”, es decir, el espacio intermedio entre el cono viejo y el nuevo. Cuando se ha restaurado la pendiente uniforme mediante los productos de nuevas erupciones y los dos conos se han fundido en uno (véase "e,d,c" en la figura 652), la siguiente ruptura de un lateral de la montaña puede mostrar una masa de roca compacta de gran espesor en las paredes de una caldera, descansando sobre eyecciones y cubierta por ellas. Otras cuñas extensas de lava sólida pueden formarse en los flancos de cualquier montaña volcánica por la interferencia de conos laterales, o parásitos como se los llama a menudo, que frenan o detienen el flujo descendiente de la lava, y ocasionalmente producen cráteres profundos en los que se vierte la materia fundida.

Mediante la ayuda de uno de los procesos anteriormente enumerados podemos explicar ciertamente unos pocos casos excepcionales de estratos pétreos intercalados en medio de otros de naturaleza escoriácea y menos compacta, en un conjunto de gran inclinación. Pero para explicar una sucesión de lavas compactas y realmente paralelas de alta pendiente hemos de suponer que han fluido bajando los flancos de un cono con un ángulo de escarpe de 4º a 10º, como en muchos volcanes activos, y que adquirieron de modo subsiguiente una mayor inclinación. Sería temerario asumir una ausencia total de perturbaciones locales durante el crecimiento de una montaña volcánica. Se ven diques que atraviesan a otros de distinta composición, marcando una diferencia entre sus períodos de origen. El volumen de roca que rellena tal multitud de fisuras como las que vemos en los diques de La Palma debe ser enorme, de tal modo que si se retirara la masa de eyecciones colapsaría, perdiendo volumen y altura. Por tanto, la inyección de toda esta materia en estado líquido debe haberse alcanzado mediante la gradual distensión del cono, cuyo incremento he comparado en otra parte al crecimiento de un árbol, tanto endógeno como exógeno, que se ha producido igualmente a través de adquisiciones internas y externas.

Pero la adquisición de una inclinación muy pronunciada mediante tales reiterados desgarramientos e inyecciones de un cono se opone por completo al punto de vista de quienes defienden la hipótesis del levantamiento, porque conlleva la conclusión de que las laderas se fueron volviendo cada vez más escarpadas a medida que el cono se hacía más viejo y más alto. Una vez admitido esto se sigue de ahí que las capas más elevadas de lava sólida deben haberse conformado en superficies ya inclinadas 20º y en el caso de la Caldera de La Palma 28º.

Por esta razón los defensores de la hipótesis del levantamiento son consistentes con su postura al asignar el movimiento completo mediante el cual se han inclinado los estratos, tanto los sólidos como los fragmentarios, a una catástrofe final, exclusivamente. El desarrollo total de la fuerza subterránea queda representado como el último incidente de cada conjunto de operaciones volcánicas, la escena final del drama, y se infiere la naturaleza repentina y paroxística de la catástrofe a partir de la ausencia de todos los signos de acción sucesiva e intermitente tan característicos de los fenómenos volcánicos precedentes.

He aludido a la opinión sostenida por algunos notables geólogos acerca de que la lava no puede adquirir ningún grado de solidez si fluye por un declive superior a 3º. Creo que es una doctrina errónea. La lava que fluyó del cono de La Arena, cerca del Puerto de La Orotava, en Tenerife, es muy columnar en parte, aun habiendo descendido una pendiente de 6º. Otra colada de aspecto reciente, cerca de la localidad de El Paso, en La Palma, tiene una inclinación general de 10º y destaca por la profundidad y extensión de las amplias cavidades en forma de cuenca, de 20, 30 y 35 pies de profundidad, que se aprecian por doquier desde la superficie. Cuando quiera que otra colada fluya sobre esta, aunque su inclinación media sea la misma, tendrá que rellenar estas desigualdades y al hacerlo dará lugar a masas de roca sólida y compacta de 20 y 30 pies de espesor, yaciendo sobre la lava vesicular que las rodea.

Otras lavas al nordeste de Fuencaliente, en la extremidad sur de La Palma, tan modernas como para estar aún negras y desprovistas de vegetación, descienden pendientes no menores de 22º y aún contienen grandes masas de piedra compacta. Se formaron principalmente en los laterales de las cavidades con forma de túnel, de 15 o 20 pies de profundidad, donde una capa se ha solidificado dentro de otra sobre las paredes de estos cauces, mientras que en la parte central parece que la lava permaneció fluida como para salir del túnel, dejando una cavidad en forma de arco, cuyo techo, en muchos casos, se ha derrumbado. La fuerza de la costra envolvente, en el extremo inferior de una colada de lava en la que hubo alguno de estos túneles, puede haber sido suficiente para detener el avance de la colada durante horas o días, tiempo en el que pudo haberse producido la solidificación bajo una gran presión hidrostática.

Antes de abandonar La Palma debemos considerar aún otro punto, a saber, qué cantidad de erosión ha tenido lugar en la Caldera y sus alrededores. Asumiendo que la gran cavidad o alguna parte de ella puede haberse formado por el truncamiento de un cono del modo antes mencionado, ¿hasta qué grado ha sido ampliada o modificada subsecuentemente su forma por la erosión del agua? Recuérdese que dijimos que se podía observar un conglomerado de guijarros bien redondeados, no menor de 800 pies de espesor, en el gran barranco. Ese conspicuo depósito, de 3 o 4 millas de largo, derivó evidentemente de la destrucción de rocas como esas de la Caldera, pues el torrente actual arrastra anualmente piedras similares de todos los tamaños, algunas muy grandes y redondeadas por fricción en su cauce. ¿Mediante qué cambios en la configuración de la isla, después de que se formaran el gran volcán y la Caldera, se originó un espesor tan extenso de grava, que desde entonces en adelante se fue fragmentando, hasta alcanzar un espesor de 800 pies?

El barranco por el que fluye el torrente en la actualidad fue excavado hasta esa profundidad a través del viejo conglomerado. La existencia de dos o tres capas de lava contemporánea, intercaladas entre los conglomerados de pudinga, no debe sorprendernos, pues pueden observarse incluso en las erupciones ocurridas en tiempos históricos en la mitad sur de La Palma. Tales lavas basálticas, una con estructura columnar, no proceden de la Caldera, sino de conos mucho más cercanos al mar y adyacentes al barranco, como el cono de Argual y otros. Estas lavas, de la misma edad que el conglomerado, consisten en tres o cuatro coladas de extensión limitada, pues no se detecta ninguna formación volcánica en muchas partes de las laderas acantiladas del río. En la ribera derecha del barranco, el conglomerado, cuando se lo sigue hacia el oeste, acaba pronto, dado que limita con el elevado precipicio E (figura 647), que es una prolongación de la pared occidental de la Caldera. Su extensión hacia el este desde b' puede que sea mucho mayor, pero no es posible asegurarlo, pues se oculta bajo lavas y escorias modernas, vertidas desde la gran plataforma F.

Como no pudimos encontrar restos orgánicos en la grava antigua no tenemos medios positivos para decidir si es fluvial o marina. La altura de su base sobre el mar, allí donde tiene 800 pies de espesor, puede ser de unos 350 pies. Pero algunos trozos ascienden hasta alturas de 1000 y 1500 pies en las cercanías de la parte alta del barranco, como se muestra en "k" y "c", en sección (figura 646). Esa masa de grava, por tanto, da testimonio del despojamiento de una gran cantidad de materiales de la Caldera por la acción del agua. Tanto si fue el mar o el río el agente transportador, es obvio que una amplia porción de los materiales volcánicos, compuestos de arena, escoria y lapilli, antes descritos, pertenecientes a la formación superior de la Caldera, dejarían pocos guijarros tras de sí. Casi todos estos depósitos perecederos serían arrastrados en forma de barro hasta el Atlántico. Incluso los mayores cantos rodados, puesto que una vez fueron aristados y ahora han sido reducidos a guijarros, deben haber perdido más de la mitad de su volumen original, y dan fe de la enorme cantidad de materiales sedimentarios arrojados al fondo del océano.

Vimos en la Caldera bloques de gran tamaño derribados por las cascadas desde los altos precipicios durante la fusión de la nieve, dos semanas antes de nuestra visita, y mucha destrucción estaba también ocurriendo en el conjunto de rocas inferiores por la misma causa. Supimos también que una gran inundación se precipitó por el barranco en la primavera de 1854, poco antes de nuestra llegada, dañando diversas casas y granjas,y por tanto no albergo dudas acerca de que la potencia erosiva de la lluvia y el agua de río, ayudada por los terremotos, puede vaciar en el curso de las edades un valle tan amplio como el de la Caldera, aunque no de la misma forma.

Estoy dispuesto a atribuir el conjunto circular de acantilados que rodean la Caldera a la acción volcánica, porque me recuerdan poderosamente los precipicios que rodean tres laterales del valle del Bove, en el Etna, y porque concuerdan muy bien con la descripción que hace Junghuhn de las “viejas paredes de cráter” de los volcanes activos de Java, algunos de los cuales igualan o incluso superan en tamaño a la Caldera de La Palma. Esta puede haber consistido originalmente en un verdadero cráter, ampliado a partir de entonces en una caldera mediante el derrumbamiento parcial de un gran cono; pero si fue así, ha sido ciertamente modificada por la erosión. Ningún geólogo puede determinar cuánta parte del trabajo ha sido realizada por el agua y cuánta por la actividad volcánica. El fenómeno de un río que ve cortado su cauce por una densa masa de aluviones antiguos formados durante las oscilaciones del nivel de la tierra no se limita a los territorios volcánicos y no necesito volver aquí sobre su interpretación, sino remitir a lo dicho en el capítulo séptimo.

Queda abierta, sin embargo, otra cuestión de elevado interés teórico: si la erosión fue marina o fluvial. Ya dije que los materiales del gran cono o conjunto de conos en el norte de La Palma son de origen subaéreo, como prueba la angulosidad de los fragmentos de roca de los aglomerados, pero es posible preguntarse si cuando se formó la Caldera mucho después podría haber acaso una comunicación con el mar, como en el cráter de Saint-Paul, que pudiera haber entrado por el gran barranco, y si después de un período de inmersión parcial la isla podría haber alcanzado otra vez su altura original. En tal caso, las aguas al retirarse podrían haber dejado tras ellas un conglomerado, en parte de guijarros de río, amontonados en los puntos donde el torrente entraba al mar, sucesivamente, y en parte de piedras redondeadas por el oleaje. El torrente puede haber tallado finalmente un profundo barranco en la grava y lavas asociadas cuando la tierra se estaba levantando otra vez. Ningún geólogo considerará improbables tales oscilaciones de nivel, hasta en una cantidad superior a los 2000 pies, porque nos permiten explicar de modo más natural que mediante cualquier otra causa los orígenes del contorno físico del territorio.

En cuanto al hecho de que no se haya descubierto ninguna concha marina en el conglomerado todavía no se ha realizado una búsqueda suficiente que nos autorice a emitir un argumento sobre tal evidencia negativa. Al mismo tiempo confieso que, habiendo encontrado abundantes conchas marinas y briozoos en algunos conglomerados marinos elevados en Gran Canaria, antes de visitar La Palma, y habiendo sido incapaz de encontrar alguno en el Barranco de las Angustias considero que la grava antigua donde estuve es de origen fluvial. Tales inferencias son siempre dudosas en ausencia de más datos positivos y la intervención del mar explica incuestionablemente algunos fenómenos en la configuración de la Caldera y el barranco de modo más natural que la actividad fluvial.

Por ejemplo, tenemos el alto acantilado F (figura 647) ya mencionado, y "c" y "f" (figura 642), que se extienden a lo largo de cuatro o cinco millas desde la Caldera hacia el mar por la ribera derecha del barranco, y ningún otro acantilado de altura o estructura similar en la ribera opuesta, donde se extiende varias millas hacia el sudeste la plataforma F (figura 647) que sirve de base a varios conos volcánicos menores. Es posible suponer que el mar haya dejado un acantilado tal como E después de cortar una porción del extremo sudoeste de la vieja montaña en forma de domo en el norte de La Palma, mientras que un torrente o río dejaría acantilados de similar estructura y altitud en ambas riberas. En cuanto al hecho del viejo conglomerado ascendente por un plano inclinado, "i, l, k", (figura 646) desde el nivel del mar hasta una altura de unos 1500 pies, cerca de la entrada de la Caldera, habla sin duda a favor de la acción fluvial, aunque algunos parches elevados de la misma puedan pertenecer realmente a un viejo lecho de río; pero en Sudamérica lechos de grava de origen marino tienen una pendiente ascendente similar cuando se los sigue tierra adentro y la causa de tal disposición ha sido explicada de manera satisfactoria por el señor Darwin.

Otro argumento a favor de la erosión marina puede derivarse de esa peculiar característica en la configuración de la isla de La Palma, antes aludida, llamada el paso de La Cumbrecita (figura 646), que forma un paso de montaña en la línea superior de precipicios que rodean la Caldera. Esta ruptura divide la montaña llamada Bejenado ("d", figura 646) de la pared oriental "c,f" atravesando completamente la formación superior; asimismo el conjunto de precipicios "f,e" en el lado este de la Caldera continúa ininterrumpidamente y conserva su altura total de 1500 a 2000 pies sobre su base, al sur de la Cumbrecita, o desde "e" hacia "a". En esta prolongación del acantilado, de una media milla hacia el sur, se observan estratos de materia volcánica y diques, como en las paredes de la Caldera.

La indentación que forma el paso de la Cumbrecita, "e" (figura 646), tiene más bien la forma de un antiguo canal tal como lo habría excavado una corriente de agua que la de una abertura o muesca formada por un abismo. En este último caso la formación inferior no sería continua sin interrupción a través de la Cumbrecita, originando su desaguadero, sino que se habría hundido y hubiera sido reemplazada por las rocas basálticas superiores. Si pudiéramos asumir que el mar entró aquí al igual que lo hizo por el gran barranco podría haber producido una brecha tal como "e" y una extensión de la línea de acantilados como la que se puede ver actualmente entre "e" y "a", sin ningún acantilado que le corresponda en el lado oeste de "e,a".

Tampoco pudimos encontrar conglomerados elevados, signos de erosión que atestiguaran la supuesta erosión de la Cumbrecita, que se halla a unos 3500 pies sobre el nivel del mar. Puede objetarse también a la hipótesis de la erosión marina de La Palma que no hay grupos de acantilados antiguos en las laderas externas de la isla. Los flancos de la montaña, excepto donde está surcado por barrancos o roto por conos laterales, descienden hasta el mar con una inclinación uniforme. Como réplica a tal observación hago notar que no se requeriría la inmersión de los 3000 pies superiores del cono antiguo para que fuera posible que el mar entrara, tanto por el barranco como por la Cumbrecita, y fluyera hacia el interior de la Caldera. Bastaría suponer que el terreno se hubiera hundido lo suficiente como para permitir que las olas batieran contra la base de los acantilados basálticos en el interior de la Caldera y usaran un paso a través de la Cumbrecita, donde puede haber habido siempre una depresión considerable en el perfil de la formación superior.

Las mismas olas que tuvieron potencia para formar en el barranco una masa de conglomerado de 800 metros de espesor, ¿no podrían haber dejado recordatorios de su actividad playera en la vertiente externa de la isla? Tales monumentos no son visibles. Puede decirse como explicación, en primer lugar, que los acantilados no son tan fáciles de tallar en el lado de una isla hacia el que se inclinan los estratos como en el lado desde el que se inclinan; en segundo lugar, si hubieran existido algunos pequeños acantilados y playas litorales pueden haber quedado enterrados bajo lluvias de cenizas y coladas de lava procedentes de los conos laterales durante las erupciones de la misma época que las contemporáneas del conglomerado del gran barranco.

En la costa oriental de La Palma, a una media milla del mar, en el Barranco de las Nieves, no lejos de Santa Cruz, observamos un conglomerado de guijarros bien redondeados con un espesor de 100 pies, cubierto por sucesivos estratos de lava, también de unos 100 pies de espesor. En este ejemplo los estratos de lava antigua desarrollan una función muy similar a la del cono enterrado (figura 645). Estando en La Palma pensé que eran de origen fluvial, pero tanto si son marinos como de agua dulce, hay que admitir que la superposición de una acumulación de lavas tan densa sobre una masa de conglomerado de 100 pies de espesor muestra cuán fácilmente las laderas externas de la isla pueden haber sido erosionadas por el mar y no mostrar, sin embargo, signos superficiales de erosión marina, ya que cada vieja playa o delta en la boca de un torrente pueden haber sido cubiertos por nuevos vertidos volcánicos.

Desde el final de la actividad volcánica en el norte de La Palma las erupciones más recientes parecen haber tenido lugar a lo largo de una línea que va de norte a sur, desde "a" hasta Fuencaliente; uno de los volcanes de este grupo, llamado Birigoyo, "g", no tiene menos de 6565 pies de altitud. Las lavas que descienden desde varias aberturas en esta cordillera alcanzan el mar tanto por la costa este como por la oeste, muchas de ellas casi tan estériles y desnudas de vegetación como cuando fluyeron. La tendencia en las aberturas volcánicas a asumir una disposición lineal, como se ve en los volcanes de los Andes y de Java a gran escala, queda ejemplificada por los conos y cráteres de este pequeño grupo en La Palma. Se ha conjeturado que tal linealidad en la dirección de las erupciones superficiales se halla en conexión con profundas fisuras en la corteza terrestre que se comunican con un foco subyacente de calor subterráneo.

Al discutir tan ampliamente la cuestión de si el mar ha jugado o no un papel importante en la ampliación de la Caldera de La Palma he querido mostrar, al menos, cuántos hechos y observaciones se requieren para explicar la estructura y configuración de estas islas volcánicas. Puede ser útil citar, como ilustración del mismo tema, la actual condición geográfica de las islas Saint Paul y Amsterdam, en el océano Índico, a mitad de camino entre el cabo de Buena Esperanza y Australia.

En este caso el cráter sólo tiene una milla de diámetro y 180 pies de profundidad y los sitios más altos de los acantilados que lo rodean llegan a 800 pies, de modo que en lo que respecta al tamaño este cono y cráter son insignificantes en comparación con el cono y la caldera de La Palma o con domos volcánicos tales como el Mauna Loa y el Mauna Kea, en las Islas Sandwich. Pero la isla de Saint Paul ejemplifica una clase de volcanes insulares en los que el mar entra actualmente por un único pasaje. Cada cráter debe tener casi invariablemente un lado más bajo que los demás, a saber, el lado hacia el que nunca soplan los vientos dominantes y al cual, por tanto, raramente llegan las nubes de polvo y escoria durante las erupciones. Habrá también un punto, en este lado más bajo de barlovento, más hundido que los demás, a través del cual, en caso de una inmersión parcial, el mar puede entrar con la frecuencia con que sube la marea o tan a menudo como sople el viento desde esa parte. Por la misma razón por la que el mar continúa conservando abierta una única entrada a la laguna de un atolón, o de un arrecife anular de coral, no permitirá que este paso al cráter se detenga, sino que lo batirá en la bajamar o siempre que cambie el viento. El canal, por tanto, será continuamente ahondado en proporción a la elevación de la isla sobre el nivel del mar, quizás a una tasa de unos pocos pies o yardas por siglo.

El cráter del Vesubio en 1822 tenía 2000 pies de profundidad y si fuera un cono semisumergido, como el Saint Paul, la potencia excavadora del océano podría erigir, en conjunción con una fuerza gradual de levantamiento, una amplia caldera. Por tanto, sea cual sea la naturaleza de la fuerza, ígnea o acuática, que haya modelado el valle del Bove, en el Etna, o el profundo abismo denominado La Caldera, en el norte de La Palma, difícilmente podemos poner en duda que muchos cráteres hayan sido ampliados a calderas por el poder de erosión del océano, cuando quiera que hayan ocurrido considerables oscilaciones en el nivel relativo de tierra y mar.  

Elementos de Geología, 6ª edición, 1865.


  1. Lyell, que no hablaba español, escribe siempre Alejenado por Bejenado y Verigojo por Birigoyo