Lyell y la cuestión de las especies antes de Darwin
Desde sus primeros pasos como geólogo aficionado, hacia 1820, cuando aún ejercía como abogado, Lyell se había adscrito a la doctrina de “la escala de la Naturaleza” o “la gran cadena del ser”, popularizada a partir de la obra del médico inglés Edward Tyson Anatomía de un pigmeo y su comparación con la de un mono, un simio y un hombre (1698), así como gracias a la filosofía leibniziana, con su “principio de continuidad” de la Naturaleza, y a las investigaciones del biólogo suizo Charles Bonnet, sintetizadas en su Contemplación de la Naturaleza (1764). Se consideraba a los seres vivos como el resultado de un único acto de creación divina según un plan continuo, gradual y ascendente. Lyell confiaba en que el progreso de la ciencia geológica contribuiría a poner de manifiesto ese plan desde sus mismos orígenes mediante el hallazgo y estudio de fósiles.
Será el proceso de reflexión ligado a la escritura de sus Principios de Geología, a partir de 1828, lo que le vaya haciendo desconfiar de esa doctrina del desarrollo progresivo de las especies, que considerará una generalización excesiva. Al plantearse interrogantes acerca de la influencia sobre la historia de los seres vivos de factores tales como el vulcanismo, los cambios climáticos, la distribución de las zonas terrestres y marinas, o las corrientes oceánicas fue abandonando la concepción de la vida como progreso lineal. Según su nueva visión, en cada época histórica las causas de la extinción de las especies eran los cambios ambientales debidos a fenómenos geológicos y los desequilibrios demográficos entre las diversas especies que compartían un mismo hábitat.
En la primera edición de sus Principios de Geología (2º volumen, 1832) Lyell critica duramente el transformismo de Lamarck, convencido como estaba de que las especies se generaban y se extinguían, pero no se transformaban. Su trabajo sobre las formaciones geológicas del Terciario lo había acostumbrado a los lentos cambios en la fauna fósil. Secunda las ideas expuestas por el ilustrado geólogo escocés James Hutton en su Teoría de la Tierra (1788) sobre la enorme antigüedad del planeta –el concepto de “tiempo profundo”- y sobre el uniformismo, fundamentos sobre los que basará su nueva concepción respecto a la historia de las especies. Conocía también las tesis de Étienne Geoffroy de Saint-Hillaire, naturalista próximo a las ideas lamarckianas, que tras su participación en la expedición de Napoleón a Egipto (1798) había publicado algunos trabajos donde señalaba la estrecha conexión entre las especies vivas y las extinguidas.
Al igual que no fue receptivo a la Filosofía zoológica de Lamarck tampoco Lyell se mostró proclive a las ideas de Georges Cuvier, que en Investigaciones sobre las osamentas fósiles (1812) había formulado un “Discurso sobre las revoluciones de la superficie del globo” que explicaba la extinción de las diversas y sucesivas faunas como consecuencia de catástrofes naturales de gran alcance, como la inundación oceánica de amplias zonas terrestres. El uniformismo geológico de Lyell entraba en colisión directa con esa sucesión de catástrofes y actos creativos divinos. Además, su firme convicción sobre la necesidad que tienen las especies de adaptarse a las condiciones climáticas y ambientales, que eran procesos cíclicos de largo plazo, le impedía aceptar la visión de un desarrollo lineal continuo.
La teoría del desarrollo progresivo de las especie sería defendida a partir de la década de 1830 por geólogos como William Buckland, Hugh Miller, Adam Sedgwick y Louis Agassiz. Una parte de su éxito y popularización en la primera mitad del siglo XIX cabe atribuirla a que permitía reconciliar la ciencia de la naturaleza con la teología cristiana. Los descubrimientos y subsiguientes avances en el conocimiento del registro fósil parecían evidenciar un desarrollo progresivo desde las especies más simples hasta las más complejas: invertebrados silúricos, peces óseos devónicos, reptiles carboníferos, aves y mamíferos terciarios. Por tanto, sólo se necesitaba actualizar la interpretación del relato del Génesis en el sentido de entender la creación, no como un acto único, sino como creación múltiple, cuyo diseño completo debía averiguar el naturalista. No será hasta 1851 cuando Lyell se sienta con tal seguridad en sus ideas como para posicionarse públicamente contra la teoría del desarrollo progresivo de las especies, por basarse en generalizaciones efectuadas a partir de un registro fósil extremadamente fragmentario.