Viajeros del siglo XIX en Canarias

Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia

Hambruna, emigración y apatía

Fuerteventura (Antigua) Fuerteventura (Antigua) Las calles de Santa Cruz de Tenerife y de La Laguna, y las de las capitales de Gran Canaria y La Palma, estaban llenas de desgraciados que imploraban socorro. El capitán general, Fernández de Heredia, rivalizó en abnegación y desvelo con el obispo Servera y toda la comunidad se apresuró en seguir tan noble ejemplo. Se trajeron granos de Mogador y se enviaron agua y víveres a las familias que no habían abandonado sus hogares. En la ciudad de las Palmasse distribuían diariamente 1.500 raciones a estos pobre emigrantes; en Tenerife, en el hospital de La Laguna, se acogieron a los que más habían sufrido y todos quisieron contribuir por su parte a esta obra de caridad. Sólo la isla de La Palma dio asilo a cerca de tres mil majoreros.

Sin embargo, estas grandes calamidades serían menos frecuentes, e incluso no podrían ofrecer ejemplo tan afligentes, si los habitantes de Fuerteventura quisieran salir de su apatía para aprovechar las ventajas de un suelo en el que la naturaleza, avara con intermitencia, es normalmente pródiga en sus dones. Un sistema de economía rural bien entendido ocasionaría una afortunada reforma y situaría la hacienda pública en un alto grado de prosperidad. Hay grandes espacios, todavía incultos, que casi sólo producen pastos para las cabras y los camellos. Los alrededores de la bahía de Gran Tarajal, que hemos visitado, las tierras comprendidas entreTuineje y Puerto Toneles, las que están próximas a Punta Roja, al norte, y una gran parte de la banda sur, son verdaderos desiertos. Sin embargo, todos estos lugares sólo necesitan buenas labranzas para cambiar de aspecto.

Pero en el carácter de los majoreros existe el dejarse llevar por la holgazanería y el querer permanecer pobres en medio de un suelo que podría enriquecerlos, pues, aunque sus principales recursos se basan en la cosecha de cereales, ni la perspectiva de un año abundante ni el recuerdo de las miserias pasadas pueden comprometerlos a ahorrar. Obsesionados por el deseo de vender tan pronto como siegan, nunca tienen granos en reserva y venden a muy bajo precio los productos que mendigan más tarde. Su desidia se ha vuelto proverbial. En la época de las cosechas, esperan a que llegue gente de las otras islas para ponerse a segar y dejan perder el trigo ya maduro.

Sabin Berthelot, Historia natural de las Islas Canarias, Geografía descriptiva (1839)

Traducción de José Antonio Delgado