Viajeros del siglo XIX en Canarias

Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia

Puerto Cabras

Puerto Cabras, la población principal, se encuentra en la parte oriental de la isla, en lo que aquí se considera una amplia bahía, aunque realmente se trata de una mera rada abierta frente a África, lo que significa aguas plácidas. El desembarco se efectúa mediante barcas que descansan en una playa de guijarros que se extiende unas doce yardas entre grupos de rocas, parte de las cuales quedan cubiertas por la marea alta. El la parte norte un arrecife se adentra hacia aguas profundas. En ese enclave natural, con las ventajas con que cuenta, resultaría sencillo construir un muelle curvado para facilitar las operaciones de desembarque. Hasta entonces quienes deseen desembarcar en Puerto Cabras deben saltar desde las barcas y caer sobre los guijarros o volar medio minuto en brazos de un fornido marinero, quien amablemente recibirá y depositará su carga en tierra firme.

Puerto Cabras, 1887 Puerto Cabras, 1887 […] Cada vivienda cuenta con un aljibe propio, donde va a parar el agua adecuadamente canalizada para que corra hacia él, como en Lanzarote y Hierro. Algunos de esos depósitos son suficientemente espaciosos como para almacenar el suministro necesario para el consumo de un año o dos. La entrada a esos recintos se efectúa generalmente desde el patio, aunque en algunos casos también desde la calle, como sucede en las  carboneras de los países nórdicos, pero aquí están cubiertas de trampillas de madera, no de hierro. Son muy peligrosas, especialmente para los ciegos y los niños, pero hay pocos accidentes.

Las estadísticas otorgan a Puerto Cabras una población entre 500 y 1000 habitantes, pero basta una inspección de cinco minutos para redondear la cifra en cien familias, otros tantos cerdos, perros, gatos, burros y camellos, quinientas cabras, dos mulos y un pony. Con excepción de la calle mayor, llamada calle Principal, que se prolonga montaña arriba y que está pavimentada de un modo bastante infame unos cientos de metros desde el embarcadero hasta una pequeña iglesia, y de sus ramales, igualmente dificultosos para caminar, no hay en la isla una sola carretera.

John Whitford, Las Islas Canarias, un destino de invierno (1890)

Traducción de Jonay Sevillano