Cuarentena en Agaete
Me alegré tanto de encontrar un barco que me pudiera llevar a Gran Canaria, que no me importó tener que dar un rodeo por La Palma. El “Pilar”, un barco grancanario que se dirigía a Agaete, nos tuvo esperando varios días, según el uso de los marineros canarios, tiempo durante el cual debíamos estar en Valverde preparados para zarpar, lo que nos impedía realizar cualquier excursión que durara unas cuantas horas; pero por fin subimos a bordo, acompañados de la llovizna, el 7 de febrero, después de haber soportado una fuerte lluvia y granizo el día antes de partir. Niebla, calma chicha, tormentas y una estancia de 24 horas frente a Santa Cruz de La Palma, ciudad que no se nos permitió volver a pisar, fueron la causa de que transcurrieran 8 días antes de que pudiéramos atracar en el Puerto de Las Nieves de Agaete, si bien, al final de esta larga travesía, se nos impuso además una cuarentena de tres días, que por suerte no tuvimos que sufrir dentro del “Pilar”, una cáscara de nuez mecida por las olas, sino que se nos autorizó a cumplir en tierra.
Nos encerraron en la Ermita de las Nieves, una pequeña iglesia que hay en la playa, y nos vigilaba un guardia armado. La última noche compartieron nuestra prisión las esposas de nuestros dos compañeros de infortunio, el capitán y copropietario del “Pilar” y un comerciante que regresaba de La Habana. Ya la vida a bordo había resultado bastante particular y no precisamente recomendable por lo que a la limpieza se refería. De hecho, el que nos laváramos todos los días –cosa que hacíamos además varias veces y de la que concluyeron los marineros que éramos realmente hamburgueses, es decir, alemanes- le parecía a la tripulación más sorprendente que el que supiéramos leer y escribir, arte en el que no era muy versado ni siquiera el citado comerciante; solo el hijo mayor del patrón, que tenía 11 años, se hallaba iniciado en aquel arte, motivo por el que era admirado como el sabio de la casa. Y cuando a sus dos hermanos más pequeños y a un tercer grumetillo, a quienes el patrón tenía a bordo sin que le reportaran la más mínima utilidad (en vez de enviarlos a la escuela, como habría sido lo normal), se les preguntaba si ellos no iban también a aprender, respondían con orgullo: “Sebastianillo sabe leer”.
Karl von Fritsch, Las Islas Canarias: Cuadros de viaje (1867)
Traducción de José Juan Batista y Encarnación Tabares