Doramas, La Atalaya y Artenara
El cura nos acompañó por la mañana hasta Madre del Agua, en Moya, media legua hacia arriba por el barranco. El agua manaba de numerosas fuentes grandes, a la sombra de erguidos tilos [Ocotea foetens]. Un refugio deseable, el único vestigio que quedaba del paraíso que Viera describe en el Monte Doramas, donde todo el gran bosque ha sido talado.
[…] El día 14 con Anstin hasta la Caldera de Bandama, cuya imponente concavidad nunca nos cansamos de admirar. Desde allí ascendimos hasta la cuevas de La Atalaya, donde nos llevamos la sorpresa de ver una ciudad sin casas; dos mil personas en una montaña. Los agujeros, unos encima de otros, estaban esculpidos en la toba de piedra pómez en varias terrazas, a veces, en fila, como una calle. Al otro lado hay terrazas cultivadas con papas, etcétera, siendo un lugar único en su género en el mundo. Los habitantes viven sobre todo de la alfarería y de hacer cuerdas y cinchas de ágave (pitera). Decenas de niños andrajosos nos persiguieron al grito de “un cuartillo”.
[…] El día 18 descendimos un tramo de ese estrecho y profundo valle, cruzando por lo alto de la montaña. Desde allí bajamos por el valle lateral de Guardaya y llegamos finalmente, después de una penosa escalada, a Artenara, la otra población con cuevas y la más lata de la isla. Tendrá 350 cuevas excavadas aquí y allá en la toba de piedra pómez, a menudo con habitaciones de forma regular, en hileras de unas diez y con frecuencia en varias alturas perpendiculares, unas sobre otras. La iglesia es el único edificio.
Christen Smith, Diario del viaje a las Islas Canarias (1815)
Traducción de Cristina Hansen