Pinos y bosques
Yendo hacia Fuencaliente, el antiguo pinar que todavía en 1860 despertó la admiración del señor Reiss ha sufrido mucho desde entonces a causa de los incendios. Sin embargo, ninguna de las Canarias posee hoy en día tantos pinares y tan bellos como La Palma. Su madera, consistente y resinosa, es muy duradera y por ello excelente para la construcción de casas, barcos, remos, barriles, etc. Sus teas sirven de antorchas en las caminatas nocturnas y con su leña se alumbran las chozas de los palmeros. Resguardadas por tejas como en una hornacina, sobre una viga o colgando de una suerte de trípode, arden las teas dentro de las chozas sin ventanas ni tablas en el piso, en las cuales, a veces, el ganado no está separado por un tabique del espacio que sirve de sala de estar, cocina y comedor.
Si se cuidaran mejor los bosques de La Palma, la construcción de barcos daría aquí ocupación a muchas más manos de las que se ve trabajar en el pequeño astillero de Santa Cruz. Pero por desgracia se incendian franjas enteras de bosque a fin de ganar espacio para una mísera parcela de campo de cultivo, cuya tierra se llevan las lluvias del invierno tan pronto como falta la protección de los bosques, o se las chamusca, a fin de obtener pastos para el ganado, cosa que se consigue muy parcialmente y por un corto espacio de tiempo En las áridas alturas que solo convienen al pino canario, después de la quema de los bosques, crece casi solamente el gran Asphodelos ramossissimus, repudiado por el ganado. Por suerte, el pino canario, gracias a su sorprendente obstinación para aferrarse a la vida y a su facilidad para volver a retoñar, parece haber sobrevivido a la irracional devastación de los bosques. De sus gruesas cortezas chamuscadas surgen nuevos brotes y su capacidad de supervivencia será, con el tiempo, una protección indudablemente más segura que las leyes, tan estrictas como poco vigentes, para estos bosques de importancia vital para las Islas.
Karl von Fritsch, Las Islas Canarias: Cuadros de viaje (1867)
Traducción de José Juan Batista y Encarnación Tabares