Cueva de los Verdes
En el campo de lava de la vertiente oriental de La Corona se ve una serie de fosas (jameos), que una detrás de otra forman una especie de hilera que va de noroeste a sureste: estos orificios, tan pronto elípticos como más redondeados, se abren con una profundidad de 10 a 20 metros y sus paredes son casi verticales. En tales paredes, siguiendo la dirección de esta hilera de fosas y cuando no las ocultan bloques de rocas que han caído allí, aparecen bocas de cuevas.
[…] Las bocas de las cuevas nos conducen a las altas y abovedadas galerías subterráneas de la enorme Cueva de los Verdes. Aquí hay incluso tres galerías formando otros tantos pisos, uno encima del otro. […] La altura de las galerías supera los 10 metros en la mayoría de los sitios y su anchura puede calcularse en unos 8 metros de media. […] Tanto del techo como de los escalones que forman las paredes cuelgan numerosas estalactitas de lava con forma de conos pequeños y sencillos, además de haberse depositado aquí, en muchísimos puntos, incrustaciones de yeso, que se encuentra tanto en concreciones sólidas como en estado pulverulento.
En la parte baja de las paredes laterales corren formaciones tabulares de lava de distintos tamaños a modo de zócalo o enchapado; en algunos puntos de la cueva y siguiendo sus paredes, pero separadas de estas unos 30 o 40 centímetros, se ven unas placas lávicas que sobresalen del suelo entre 10 y 20 centímetros y que están alineadas unas frente a otras de tal manera que uno cree ver raíles ahí.
[…] La Cueva de los Verdes, que en los ataques de los piratas y berberiscos sirvió muchas veces de refugio a los habitantes de Lanzarote y a sus ganados es, sin discusión, una de las más sublimes grutas de lava conocidas. Estas surge, como es sabido, porque la masa interior de una corriente de lava, que es mucho más fluida que la solidificada costra exterior, continúa su camino bajo esta en dirección a las profundidades, aunque no haya seguido fluyendo lava nueva.
Karl von Fritsch, Las Islas Canarias: Cuadros de viaje (1867)
Traducción de José Juan Batista y Encarnación Tabares