Erupción de 1824
Según otro relato más detallado, los días que precedieron a la erupción se sentía en la isla un fuerte calor. Los marinos que estaban a la vista de Lanzarote no podían distinguirla sino a través de la niebla, pero todos observaron que los vapores apenas sobrepasaban las cimas de las montañas. El 29 de julio se sintieron varios temblores de tierra, que aumentaron de intensidad durante la noche del 29 al 30. Al principio, estos terremotos parecían partir del centro de la isla, pero a continuación se extendieron en todas las direcciones. De la llanura de Tao se elevaron varias veces algunos meteoros, que fueron seguidos de exhalaciones sulfurosas. Durante el día 30, los movimientos sísmicos se volvieron más frecuentes y el ruido subterráneo tomó un aspecto tan alarmante que un gran número de habitantes abandonaron sus viviendas y huyeron para acampar a campo raso y a esperar los acontecimientos.
El día 31, a las seis de la mañana, una columna de humo se elevó en torbellino por los aires. Esta masa de vapores, de diversos colores, se extendió por las colinas y muy pronto oscureció la atmósfera. Un ruido parecido al fragor del trueno y a las descargas de artillería anunció entonces el instante de la crisis. En la propiedad de don Luis Duarte, situada entre los caseríos de Tao y de Tiagua, la tierra se agitó con violentas sacudidas y se agrietó en dieciocho lugares distintos. Muy pronto, estas diferentes aberturas formaron tres simas distintas, de las cuales la mayor tenía alrededor de ciento cincuenta pies de diámetro. Estos cráteres comenzaron a vomitar llamas y, a continuación, lanzaron rocas y lavas. Por la noche, la isla entera parecía arder. Las deyecciones del volcán continuaron hasta el día siguiente y formaron un macizo de escorias de unos trescientos pies de altura. El 1º de agosto, a las diez de la mañana, la sima principal dejó de vomitar. Durante la mañana del día 2, los torbellinos de humo que se escapaban de los tres cráteres, se elevaron en la atmósfera en columnas de diferentes colores, una blanca, otra negra y la tercera rojiza.
La erupción del 29 de septiembre se distinguió por un fenómeno notable; una masa de fuego salió del cráter y se elevó a una gran altura; por el resplandor que extendió en la atmósfera, el cielo tomó el aspecto de una aurora boreal.
Sabin Berthelot, Historia natural de las Islas Canarias, Geografía descriptiva (1839)