Serenata y carnaval
En todos los pueblos canarios los sábados la gente joven se arma con guitarras, en la que rascan un aire que es siempre el mismo. Así recorren las calles, parando delante de la casa de la chica que cortejan y dándole una serenata en la que le describen, con acompañamiento musical, sus amores con cálidos versos. Ahora bien, el alcalde tenía dos hijas y no tardó en despertarme el sonido de una guitarra. Debo reconocer que los jóvenes de Lanzarote, comparados con los de otras islas, son verdaderos virtuosos y al principio sentí un cierto placer escuchando el canto del que se había instalado delante de mi ventana. Desgraciadamente, estaba poseído, sin duda, por un amor violento, pues pasó una hora, después dos, tres y finalmente amaneció y el individuo siempre tocando. Lo hubiera enviado con gusto a todos los diablos. No había podido pegar ojo en toda la noche, aunque intenté veinte veces abrir la ventana para ahuyentarlo, pero estaba inmovilizada.
[…] Durante el carnaval las calles de Arrecife presentan una animación que no hubiese sospechado viendo el silencio mortal que reinaba allí una semana antes. Durante todo el día circulan grupos de mujeres y hombres disfrazados. El vestuario que se utiliza en estas mascaradas es el de los campesinos, que ya usan solamente algunos viejos. Una careta de cartón completa el atavío. Los que no pueden permitirse el lujo de este disfraz se limitan, como hizo mi criado, a ponerse un pañuelo sobre los hombros o el cinturón en el pecho.
A la cabeza de cada grupo va gente de ambos sexos tocando la guitarra y cantando. El resto los acompaña también cantando y va provisto de unas enormes vejigas de pescado con las que golpean a todos los que encuentran. A cada momento entran en las casas y se ponen a bailar hasta que se les haya servido un vaso de vino o de aguardiente. Desgraciado de aquel que rehúse aceptar esta costumbre. Enseguida asaltarían su casa. En todo el archipiélago el carnaval se celebra, o mejor dicho, se celebraba hasta hace poco de la misma forma. El disfraz variaba y en lugar de vejigas de pescado se empleaban como armas diversos proyectiles, principalmente cáscaras de huevo rellenas de ceniza o harina.
René Verneau, Cinco años de estancia en las Islas Canarias (1891)
Traducción de José Antonio Delgado Luis