Viajeros del siglo XIX en Canarias

Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia

El cura de Garachico

Garachico, 1927 Garachico, 1927 Preparada la mesa, pasamos al comedor, donde de nuevo el cura se excusó por la mala comida que nos iba a servir. Era día de ayuno, su casa estaba abierta a todo el mundo y no había necesidad de que el pastor diera mal ejemplo a sus feligreses. Pero, por esta vez, podíamos llenar el estómago con unos platos de potaje. Por consiguiente nos sirvieron un potaje de berros. A este le siguió otro de arroz y un tercero, de pescado. ¡Cuántos potajes para un día de ayuno! Y el cura insistiendo siempre para que los aceptáramos. Después de este triple potaje se sirvieron distintos platos de legumbres y un pescado enorme. Finalmente se levantó de la mesa, pero fue para sentarse de nuevo muy pronto. Solamente quería cerrar la puerta para que ni viniese ningún inoportuno. Hecho eso, mandó servir el resto. Se componía de un ave de corral muy grande y de un copioso postre. Para calmar los escrúpulos que pudiéramos tener nos dijo que no nos negaría la absolución.

Esta conducta en un cura puede parecer extraña y, sin embargo, creo que el cura de Garachico valía tanto o más que muchos de sus colegas canarios. De adolescente sus padres lo habían puesto en el seminario para que no tuviese que cuidar cabras. De espíritu vivo y algo travieso había estudiado con ardor. Ordenado sacerdote fue enviado a una parroquia donde adquirió muy pronto la convicción de que su predecesor, que pasaba por ser un santo, no siempre había buscado inculcar a los demás los fieles principios de la virtud. Más tarde supo a qué atenerse sobre la conducta de los santos personajes, considerados como modelos de piedad. Tuvo un momento de desaliento y pensó en colgar los hábitos, pero se dijo que, en este país, sería deshonrado, puesto en el Índice y que sin profesión no se podría ganar la vida. Así que se quedó como cura, decidido a hacer de sus fieles gente honesta, sin preocuparse de prácticas que había visto producir tan malos resultados.

René Verneau, Cinco años de estancia en las Islas Canarias (1891)

Traducción de José Antonio Delgado Luis