Desinterés por la política
Al viajero recién llegado de todas las tribulaciones de Europa, de las luchas de los pueblos y las clases sociales, le resulta extraño el completo silencio intelectual en las islas. Todas las cuestiones actuales que, a nosotros, los hombres continentales, nos interesan; todas las peleas por principios y de partidos en el Estado y en la Iglesia; todos los nubarrones que amenazan nuestro futuro político y social, son ignorados por el isleño. Él, como si estuviera en otro planeta, observa sonriente, con el corazón frío y plena calma, la imagen de Europa, tan afligida por las penas y las pasiones. Una guerra en el continente europeo le deja tan fresco como a nosotros las de China y El Cabo. Sólo se asusta cuando en alguna parte se declara el cólera o la fiebre amarilla; entonces se encierra herméticamente y extrema sus cuidados con el tráfico marítimo. Incluso lo que ocurra en la España peninsular sólo parece interesarle en tanto en cuanto se refiere a sus directos intereses isleños. Ni participa ni comprende el partidismo tan fluctuante de España; conoce las revueltas periódicas de allá cuando el vapor correo trae un grupo de caballeros vestidos de negro, que son los nuevos funcionarios, y embarcan en el mismo vapor los malhumorados funcionarios cesantes. En las elecciones a Cortes hay poca participación y se suceden regularmente con la desidia habitual.
[…] Sin embargo, por otro lado, pierden el enriquecimiento que nos ofrece la participación en la vida pública. La conversación muestra claramente la estrechez insular de horizontes. Si se habla de los pequeños acontecimientos locales e intereses de la vida cotidiana su atención se centra en cualquier mínima novedad insular, en cualquier nuevo personaje, pero de ahí no pasan. Lo que está lejos no interesa. Incluso los extranjeros que se establecen en Tenerife tienen dificultad para escapar de la influencia adormecedora y tranquilizante de la atmósfera atlántica. También ellos se dejan arrullar por el placer de la existencia.
Hermann Christ, Un viaje a Canarias en primavera (1886)
Traducción de Karla Reimers Suárez y Ángel Rodríguez Hernández