El amor
Relaciones amorosas
Se estará de acuerdo, en general, en que también en las Islas, donde tantas cosas animan a ello, el amor y las intrigas que conlleva deben de jugar un papel significativo en la sociedad. Y en efecto, el amor revela aquí mucho de la idiosincrasia de la gente del sur, pues se caracteriza por una sensualidad y una pasión y va unida a unos celos que no se conocen en el mismo grado en nuestras frías regiones del norte. No son en absoluto raras las relaciones prohibidas entre personas casadas; sin embargo, esto se debe más al hecho de que los maridos suelen ser unos libertinos que, descuidando totalmente a sus mujeres, les dan a estas un mal ejemplo a seguir, que a una depravación moral de sus esposas.
Y esta afirmación encuentra su comprobación en que el comportamiento de las doncellas jóvenes hasta que se casan es, en general, es irreprochable. Hasta ese momento están las muchachas estrechamente vigiladas por sus madres, quienes las protegen del peligro de una primera impresión; sin embargo, precisamente esta severidad suele constituir el más poderoso estímulo para que aquellas concedan su favor al primer pretendiente que aparezca. Por supuesto, a este no se le permite entrar en casa si los padres no aprueban esta relación; pero la costumbre permite que el pretendiente pueda hablar con su novia, si esta lo hace desde su ventana, indulgencia de la que algunos saben sacar tan buen partido que a menudo pasan horas enteras así.
[…] Pero dondequiera que el joven se encuentre con su novia, debe en todo momento ocuparse exclusivamente solo de ella, sin tener ojos para ninguna otra, si no quiere despertar el demonio de sus celos. Y a menudo tiene también el joven que soportar duras pruebas debido al capricho de su dueña y señora. Se le exigen promesas solemnes y ¡ay de él si las incumple! […] La pasión de los canarios nunca adopta un carácter romántico o elevado, sino que se muestra siempre como algo tranquilo y cotidiano, pues los anales de su historia no mencionan siquiera raptos, los cuales son tan inauditos como los duelos.
Francis Coleman Mac-Gregor, Las Islas Canarias, (1831)
Traducción de José Juan Batista