Decadencia comercial y turismo
Tenerife estaba pasando por una mala época, como también sucedía en Inglaterra. La cochinilla, de la que en 1860 se exportaba más de un millón de libras a Europa, había caído ante la reciente invención de los tintes de anilina. La demanda se había vuelto insignificante y el precio se había reducido a un cuarto de dólar. Fue un duro golpe para los criadores, muchos de los cuales perdieron de inmediato la esperanza de alcanzar la opulencia que tanto habían anhelado. Posteriormente, los vinos que antaño, antes incluso de los estragos causados por la plaga del oidio, habían producido el más exquisito malvasía, fueron estudiados con renovado interés. También se plantó tabaco en muchos terrenos anteriormente dedicados al cactus de la cochinilla. De esta manera se lograría que la prosperidad retornara a unas islas que ya no merecían el nombre de Afortunadas. Sin embargo, se les sugirió otra solución a los capitalistas. ¿Acaso no podría Tenerife atraer algunos de los miles de individuos que anualmente se trasladan del norte al sur, huyendo del terrible invierno? ¿Por qué no, con todo lo que esta isla puede ofrecer?
Todo ello se ha concretado en el Gran Hotel de La Orotava, sanatorio y casa de reposo, una operación comercial para beneficio de la humanidad y provecho de los condes y marqueses que han aportado el capital para su creación. Gracias al sanatorio las gentes del norte de Tenerife se han familiarizado con la presencia de ingleses. Los ven dirigirse en carruaje o a caballo en busca de salud y perseguidos por nubes de moscas. Su energía es causa de asombro. Su evidente riqueza es inagotable tema de conversación y objeto de envidia. Sin embargo, los más cultivados comienzan a temer que con el tiempo acabarán deseando librarse de ellos como desean librarse de la langosta cuando el viento del sureste trae la voraz plaga a estos lugares.
Charles Edwardes, Excursiones y estudios en las Islas Canarias, (1888)
Traducción de Pedro Arbona Ponce