Historia del comercio
Desde hace tiempo las Islas Afortunadas no intervienen tanto como antes en el comercio mundial. Durante los siglos XV y XVI la materia humana canaria, los infelices y traicionados aborígenes de las Islas, llenaron los mercados de esclavos de Cádiz y Sevilla; en tiempos de Shakespeare, e incluso más tarde, el vino canario prestigiaba los banquetes de la alegre Inglaterra; el azúcar canario era el mejor que Europa probó durante mucho tiempo, en la época de la orchilla y la barrilla; si todos estos, así como la cochinilla de las Islas, eran artículos de consumo muy apreciados hasta los años cincuenta de nuestro siglo, actualmente estas fuentes de ingresos son casi inexistentes: una tras otra han ido desapareciendo; el mildiu y la invasión del nopal han acabado con el vino de las Canarias; la caña de azúcar de las Antillas y, más tarde, la remolacha azucarera alemana sustituyeron al azúcar canario; y finalmente, la química y su anilina hicieron lo propio con la púrpura natural del liquen y la cochinilla, y apenas se obtiene sosa hoy de la orchilla de las playas de Lanzarote. Cebollas y patatas son actualmente los artículos de exportación de las Islas Afortunadas, productos que se embarcan en viajes de hasta quince y veinte días en pequeños barcos de vela hacia Puerto Rico y Cuba: es decir, los productos más comunes y baratos de nuestro pálido norte cultivados en el suelo más privilegiado que podemos encontrar en la Tierra. Así lo quiere el destino.
Hermann Christ, Un viaje a Canarias en primavera (1886)
Traducción de Karla Reimers Suárez y Ángel Rodríguez Hernández