Transporte marítimo interior
Una vez a la semana, por la noche, un abollado, destartalado e increíblemente sucio barquito pesquero, de cincuenta toneladas de arqueo, navega a la ventura desde el Puerto hasta La Palma. Este bricbarca transporta el Correo Real y mercancías. Muy en último lugar, transporta también pasajeros, más como lastre que como fuente de ingresos. Pagan una insignificancia –cerca de seis chelines- por el servicio, por lo que ambas partes sobreentienden que nada se hará para procurarles comodidad una vez a bordo de la nave. Se les permitirá instalarse allá donde puedan, teniendo que aceptar las consecuencias si interrumpen el paso de la tripulación o si en caso de tormenta se pone de manifiesto que el barco está sobrecargado, poniendo en peligro el Correo. Con tan sólo un tenue presentimiento acerca de la naturaleza de la embarcación, el capellán inglés de La Orotava, Mr. Goddard, y yo acordamos cruzar el mar hasta La Palma, visitar la isla y regresar al cabo de unos pocos días. Mas, ay, el hombre propone y Dios dispone.
La subida a bordo fue una tarea fácil, comparativamente hablando. El día estaba oscureciendo y el mar batía con fuerza contra la costa; sin embargo, la borda del correíllo era tan baja que solo tuvimos que esperar hasta que una ola izara hasta su nivel a la barca que nos había recogido en la costa y entonces saltar a cubierta. Allí nos encontramos en medio de una confusión de cadenas, sogas, sacos de papas, cajas, unas cuatro docenas de hombres y niños de tez morena y varios gatos inquietos. […] Con tan favorables condiciones para el mareo, no es extraño que algunos nos encontráramos indispuestos bastante antes de que el bricbarca levara anclas. […] La cobriza tripulación dejó en ese momento a la embarcación navegar sola, confiándosela al viento. Fumaban, escupían, cantaban canciones estridentes y se tambaleaban de un lado a otro, en pos de la gran olla que colgaba sobre el fuego de la cocina, reflejado en sus rostros y su piel desnuda, y tropezando con los pasajeros, que protestaban, tendidos boca abajo en el suelo, entre las cadenas.
Charles Edwardes, Excursiones y estudios en las Islas Canarias, 1888
Traducción de Pedro Arbona Ponce