Gofio de cosco
Para distraerme el camellero se puso a declamar versos y a narrar cuentos orientales de Las mil y una noches. Mi guía era letrado, pues sabía leer y escribir. Había sido asistente de un capitán y había leído todos los libros que le prestaba. Servicial y adicto se hubiera sacrificado por mí al cabo de unos pocos días. Mucho menos apático que la mayoría de los canarios, me ayudaba en mis búsquedas y cavaba con ardor desde que veía en una cueva un fragmento de hueso o un trozo de vasija. Lo único que poseía era su dromedario y con él intentaba alimentar a su familia.
Con frecuencia tenía que reemplazar el gofio de trigo por el de cosco, pero no se lamentaba mientras pudiese dar de comer a sus hijos. Muchos infelices están en el mismo caso que él y en los años de sequía se les ve recoger el cosco (Mesembryanthemum nudiflorum), no para extraerle la sosa, sino para quitarle los granos, que son tan pequeños como los de la adormidera. Si no pierde tiempo un hombre puede recoger alrededor de dos kilos en un día. Se trillan las cápsulas, se limpia el grano haciéndolo pasar a través de un cedazo fino y se tuesta. Molidos luego en un mortero dan una harina que es el único alimento, durante meses, de cientos de seres humanos.
René Verneau, Cinco años de estancia en las Islas Canarias (1891)
Traducción de José Antonio Delgado Luis