Paisaje de La Oliva
Realmente no es correcto llamar a La Oliva ni un pueblo ni una aldea. Casi no hay dos casas juntas. Grandes parcelas cuadradas de tierra cultivada, rodeadas por muros altos, separan las casas o fincas unas de otras. No hay ni una calle ni nada que la signifique como pueblo. La iglesia, con su plaza donde la gente se reúne los días de fiesta, es el único lugar de reunión común. Una escalera de piedra, con escalones muy altos, conduce hasta la puerta sin pintar de la torre. Está cerrada con un candado y entramos, pisando con cuidado para evitar los agujeros del piso. Subimos unas escaleras, muy similares a las de mano, pensando a cada paso si pesamos más que el campanero y si los escalones están acostumbrados a tanto peso. El piso más alto nos pone los nervios de punta. Las vigas están parcialmente desnudas, y cuando miramos hacia el suelo de la iglesia, los tablones crujen peligrosamente bajo nuestros pies. No hay techo alguno; se lo llevó el viento y la gente no tiene dinero para colocar otro. Refugiándonos como mejor podemos de la furia del viento, observamos la llanura de La Oliva, extendida como un mapa debajo de nosotros. La iglesia está en medio de una llanura ovalada y plana, de alrededor de una milla y media de largo por una de ancho, y rodeada completamente por colinas y montañas. La llanura es La Oliva, y La Oliva es la llanura. Es un pueblo de enormes distancias.
[…] Estos almiares se llaman pajeros. Están tan bien y firmemente construidos que duran unos 60 años. Cada año se rellena el agujero de la base y se abre la parte superior o corona cuando se introduce el grano y después se vuelve a colocar una corona nueva. La parte alta se recubre con barro para protegerla de la lluvia. Esta parte alta, plana y pelada, le da al pajero un aspecto parecido al de la cabeza de un monje. El grano está perfectamente protegido de las ratas o de cualquier otro peligro y puede quedarse así durante dos o tres años. La parte exterior de los pajeros es parda y parece como si estuviera recubierta de barro, un aspecto que se debe totalmente a la acción de la lluvia y del viento.
Olivia Stone, Tenerife y sus seis satélites (1887)
Traducción de Juan Amador Bedford