Cuatreros de cabras
Mi mujer descubrió que iban desapareciendo sus prejuicios contra la leche de cabra cuando la tomó tan fresca y natural, mientras que los hombres también se sintieron empujados a salir, una vez terminado el trabajo del día, a ver lo que podían conseguir para sí mismos. El primer intento, sin embargo, no estuvo bien dirigido e incluso me sentí obligado a expresar mi formal desaprobación; y aunque aseguraron que era una práctica normal en el monte ordené que no se volviera a intentar otra vez por ningún miembro de la expedición.
Sin duda esa práctica debe ser bastante agradable para los viajeros, pero no así para los granjeros canarios, porque consiste en coger y matar una de sus cabras, que corren a medias entre salvajes y domesticadas por las cumbres de las montañas. Permanecen allí durante todo el verano, recibiendo poca atención por parte de sus dueños, pero todas llevan la marca de su propietario y existe la seguridad de que, con la llegada del invierno, regresarán de buen grado a las calientes cabrerizas de las tierras bajas; además, no hay animales depredadores que hagan decrecer su número. Feliz isla africana esta en que nos encontramos, sin los chacales, hienas, leopardos y leones del continente al que pertenece.
Es bastante pintoresco contemplar a dos bronceados montañeses, a la luz de una llameante hoguera encendida con ramas secas en una hendidura de la pared del cráter, desollando, cortando, friendo y asando el animal entero y encontrar luego el festejo, bajo una tienda de aspecto gitano, alimentándose ad limitum, mientras que de un palo hacia el exterior se balancea, movida por el vientos seso, una oscura pierna de cabra iluminada por la luna. Pero de todo este poético bandidaje nuestro grupo astronómico se abstuvo por completo, para dar ejemplo moral, ayudando y favoreciendo humildemente la causa general de la ley y el orden en estas elevadas tierras.
Charles Piazzi Smyth, Tenerife: La experiencia de un astrónomo (1858)
Traducción de Emilio Abad Ripoll