El alcalde de Buenavista
El pueblo de Buenavista no presenta nada interesante, aparte de su alcalde. Salvo algunos tics que le eran peculiares, era el prototipo de alcalde canario y, por este motivo, dirá algunas palabras sobre él. Además no he hablado todavía sobre estos altos funcionarios. El de Buenavista, en cuya casa recibimos alojamiento, era el medianero de un hombre joven de Garachico. Casi analfabeto, era de una ignorancia tal que apenas sabía en qué consistían sus funciones. No eran ganas de instruirse lo que le faltaba, pues hubiera aprendido si hubiese tenido los medios. Con una ingenuidad que sobrepasaba todo lo imaginable me hacía las preguntas más descabelladas. Por ejemplo, me preguntaba si los ingleses eran realmente hombres y si Francia era tan grande como Tenerife. No quería admitir que los huesos que yo recolectaba fuesen destinados al estudio. Según él, los recogía para hacerme un ungüento maravilloso que debía curar todas las enfermedades.
Cuando supo que tenía la intención de explorar las cuevas de La Palma, hizo todo lo posible para disuadirme, asegurándome que allí vivían guanches todavía y que podrían jugarme una mala pasada. A pesar de todo, se creía un personaje. Vestía con un pantalón a la europea, una camisa, un chaleco, zapatos y sombrero. En la cintura llevaba un magnífico cuchillo, del que me hizo admirar el trabajo. Tenía un talento especial para escupir saliva a dos metros de distancia con un simple movimiento de la lengua, de lo que estaba muy orgulloso. Había que verlo, apoyado sólidamente en sus piernas, con los dedos pulgares en las sisas del chaleco, interrumpiendo su quietud a cada instante para entregarse a su deporte favorito. Se hubiera dicho que era un mono sabio.
René Verneau, Cinco años de estancia en las Islas Canarias (1891)
Traducción de José Antonio Delgado Luis