La casa fuerte de Adeje
Un bastión o plataforma y sobre ésta una torre cuadrada que no resistiría más que algunos disparos directos de artillería constituye lo que se llama la Casa Fuerte. Está situada en un terraplén delante del pueblo. Su construcción data del siglo XVI y se levantó para proteger el señorío de las incursiones berberiscas. A nuestra llegada al castillo se nos permitió visitar la ciudadela. Una escala apoyada contra un ruinoso muro hace la función de puente levadizo y de paso a una sala baja, iluminada por dos troneras: tal como en el infierno de Dante, animales inmundos y sólo la luz justa para percibir las tinieblas.
El castellano, al que seguíamos a tientas, nos hizo trepar por esta escala y levantar un escotillón para pasar a la plataforma. Cuatro primitivos cañones, montados sobre pesados armazones y sin posibilidad de ser movidos, apuntando en dirección al mar, constituyen todo el sistema defensivo. Una dependencia de la torre sirve de sala de armas: arcabuces de tamaño gigantesco están apoyados en un rincón; entre fusiles de chispa, ballestas, dagas, lanzas y alabardas nos enseñan broqueles, espadas enormes, cotas de malla y cascos de hierro.
[…] En el exterior de la Casa Fuerte observamos una especie de casamata; se trataba de la mazmorra, donde en otro tiempo se encerraba a los siervos insumisos, rebeldes a los caprichos y deseos del amo y señor. Hoy, la mazmorra es objeto de burla por parte de estas gentes felices, libres del yugo feudal. El palacio está contiguo a la fortificación: un gran patio ocupa el centro, y el interior es un verdadero laberinto: largos corredores rectilíneos, vestíbulos, galerías y salas de todos los tamaños. Además, cuadras, bodegas, almacenes, graneros construidos en fechas más recientes para acomodarlos a las necesidades del momento. Al recorrer estas estancias maltratadas por el tiempo, todavía pueden descubrirse vestigios de su antiguo esplendor: frisos dorados, bellos enmaderados y artesonados y un apreciable número de muebles góticos, tan buscados hoy.
Sabin Berthelot, Primera estancia en Tenerife (1836)
Traducción de Luis Diego Cuscoy