Viajeros del siglo XIX en Canarias

Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia

Pluviometría

Mar de nubes, Mascart 1910 Mar de nubes, Mascart 1910 El mes de marzo había traído horribles daños a las rocas y muros de Tenerife. Desde hacía muchos años, desde que el mundo existe, decían los olvidadizos isleños, no había caído tanta lluvia. Mientras que la primavera ha sido extremadamente seca en Europa, las islas atlánticas casi se han sumergido bajo la lluvia. 15,24 pulgadas parisinas fue la cantidad media de lluvia del año 1879/80, según H. Honegger, experimentado observador de gran mérito del observatorio meteorológico de La Orotava; pero son frecuentes cantidades menores de lluvia: en 1878/79 5,06 pulgadas parisinas y en 1880/81 7,24 pulgadas parisinas. En cambio, desde finales de septiembre hasta finales de marzo de 1884 habían caído ya 21 pulgadas parisinas y en abril ha llovido todavía bastante más. Se han derrumbado altos muros; los caminos se hicieron intransitables; se pudrieron las papas; la floración de las plantas redujo su ritmo; la temperatura bajó hasta los 9ºC (Sitio Cullen en el Puerto, 21 de marzo de 1884, a las seis de la mañana), y hubo nevadas en el Pico y en la cumbre hasta los 1600 metros, es decir, en la ladera de Tigaiga, y hasta la zona de la Erica y el haya.

[…] En Tenerife son raras temperaturas máximas que sobrepasen mucho las medias de julio y agosto, si acaso una vez al año, cuando sopla el fuerte viento del sudoeste, debido al harmatán africano, que de modo excepcional se ha desplazado hacia el norte. La temperatura invernal más baja observada en la región inferior ha sido de 8ºC y solo con esa temperatura tan baja suele haber tormentas de nieve en la región montañosa, mientas que suelen faltar en verano.

Por lo que se refiere a la distribución de la lluvia, el señor F. von Wyss contó en 1880-81 veinte días de lluvia, sesenta y un ligeros aguaceros y doscientos ochenta y cuatro días secos. La capa de nubes dominó en el mismo año durante setenta y ocho días; doscientos once días estuvieron semiclaros y setenta y seis despejados.

Hermann Christ, Un viaje a Canarias en primavera (1886)

Traducción de Karla Reimers Suárez y Ángel Rodríguez Hernández