La tormenta de 1826
En 1826, las Islas Canarias recibieron una terrible visita, cuyos efectos, con mayor o menor fuerza, asolaron Tenerife muy severamente. La mañana del martes 7 de noviembre comenzó con un fuerte viento del sudeste en La Orotava. A las 9 empezó a llover en la ciudad, pero el agua parecía caer con más intensidad en las zonas altas del interior, donde las nubes eran aún más negras. Una hora después de comenzar la tormenta los barrancos que limitan los extremos de la Villa corrían con gran fuerza y, al mismo tiempo, todos los barcos que estaban en la isla en aquel momento fueron arrastrados mar adentro desde sus fondeaderos, debido a la violencia del viento y al agitado oleaje. A lo largo del día el tiempo continuó empeorando. Su furia no tuvo un momento de descanso. Al anochecer comenzó a soplar un gran huracán y la lluvia cayó con más fuerza aún. La tormenta continuó con la misma violencia durante toda la noche. Aunque la luna estaba en cuarto creciente, la oscuridad era muy intensa, tanto en el mar como en tierra, lo que se sumaba a la gravedad de la situación. A las dos de la madrugada del día 8 el viento, de repente y sin ningún intermedio de calma, viró del sureste al norte, con mayor fuerza aún, si tal cosa era posible Tanto la cantidad como la fuerza de la lluvia aumentaron por el inesperado cambio. Cuando amaneció y hubo suficiente luz para ver lo sucedido se pudo apreciar enseguida que los daños que había ocasionado, así como la pérdida de vidas y provisiones, eran muy grandes.
[…] El día 9 el tiempo dio muestras de moderación. A lo largo del día la calma fue tanta que ya fue posible obtener información respecto a las vidas perdidas en el entorno del Valle. Se aprovechó también la oportunidad para reunir y enterrar a los numerosos cuerpos que se encontraban sobre la Plaza [del Charco] y en la desembocadura de los barrancos. Un gran número de reses muertas, de caballos, bueyes y otros ganados estaban también amontonados en dichos lugares; todos fueron quemados y sus cenizas esparcidas por el viento. La devastación del campo había sido horrible. Fincas enteras fueron completamente arruinadas, desaparecieron sus viviendas y las bodegas repletas del vino nuevo, quedaron totalmente destrozadas. Se publicó un informe oficial de las pérdidas ocasionadas en las cuatro jurisdicciones en que se divide el Valle de La Orotava. Según este, digno de toda confianza, se destruyeron 225 casas, se perdieron 235 vidas humanas y el número de ganado desparecido alcanzó las 804 cabezas.
Elizabeth Murray, Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife (1859)
Traducción de José Luis García Pérez